martes, septiembre 30

Odio / Félix Martín Giménez Barrios

Muy seguramente en algún punto de nuestras vidas, hemos sido poseídos por todo
tipo de sentimientos oscuros y pensamientos macabros. Esos sentimientos que
aparecen tras experimentar situaciones dolorosas e injustas que nos llevan a perder
toda esperanza en la humanidad. Cuando algo tan fuerte y temido como el odio toca
nuestra mente, nos olvidamos muchas veces de que quizá no estemos listos para las
consecuencias que, podrían resultar devastadoras para nuestra salud mental.

Indudablemente el odio es algo que, al tomar posesión de nuestra cabeza, por lo
general suele hacer que actuemos de formas que ni creeríamos ser capaces. Hasta
suena raro el preguntarnos lo siguiente, ¿alguna vez has sentido como con cada día
que pasa, pierdes tu humanidad al planear vengarte de la gente que te hizo daño?
¿No sientes solo rencor al verlos tan tranquilos y actuar como si nada fuera de lo
normal hubiese sucedido?

Son tantos los casos de la historia que demuestran como el odio nos convierte en
seres crueles y destructivos, tanto con los demás como con nosotros mismos. Fueron
tantos los genios destinados a lograr grandes cosas, que de sus mentes salieron
creaciones malignas con toda la intensión de serlo. Pareciera que la piedad es un
concepto que no existe en el diccionario cuando un sentimiento como el odio hecha
raíces profundas en nuestro cerebro.

Muchas veces, no nos damos cuenta, pero mucho de lo que odiamos son cosas y
comportamientos que tememos tener dentro de nuestros más profundos
pensamientos. La idea detrás de esto para con los demás es sencilla, es el típico: “yo
no soy el malo, tu lo eres”. Este fenómeno se conoce como proyección, término
acuñado por Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, para describir la tendencia a
rechazar en los demás lo que no nos gusta de nosotros mismos.

Rechazamos abierta y hostilmente lo que consideramos como ajeno, eso que nos
parece la otredad, eso que por nada del mundo ni si nos pagan, llegaríamos a
entender o tolerar. Cuando quizá lo que odiamos solo sea la otra cara de la misma
moneda que vendríamos a ser. El odio es entonces una suerte de defensa que nuestro
cerebro activa cuando no estamos conformes y satisfechos, no solo cuando nos
sentimos realmente ofendidos y dañados, física o mentalmente.

Claramente se puede odiar de manera racional, la tolerancia es algo que tiene sus
límites, aunque muchos se nieguen a reconocerlo. Lo que se debe evitar es todo ese
veneno que se escupe sin sentido, por lo general hoy día en redes sociales, en donde
desde sus inicios se usan para todo menos para socializar de verdad. La empatía es
algo que debe de volver a practicarse en estos tiempos violentos y polarizados en
donde cada día, nos es más complicado alcanzar ese estado de paz que tanto
anhelamos.