A la compra de conciencia de todo un sistema donde expresidentes pueden candidatarse con medidas cautelares o ciudadanos que esperan condenas, siguen presentándose en la vidriera digital de la urna electrónica sin ningún tipo de medidas por parte del TSJE o de sus propios partidos.
Podemos entender lo débil de la institucionalidad, donde incluso por esas lagunas legales terminamos con un complejo menú electoral que sin dudas va a desembocar en ingobernabilidad.
Esta combinación de negocios ilícitos, política y justica, no se curan en un periodo de presidencial, requiere varios periodos que puedan pasarse la posta en conjunto con un congreso que, si el sistema de opciones permite se irá depurando, a no ser que este complejo mecanismo termine afianzando a los partidos tradicionales y dejando de lado a esos ciudadanos que con muy pocos recursos y creatividad buscan cautivar al electorado con la idea de llegar al poder para hacer la diferencia.
Hoy estamos a puertas de una nueva elección de Ministro o Ministra de la Corte Suprema de Justicia y con bombos y platillos sin ningún tipo de tapujos se sondean nombres de candidatos/as por su afinidad política más que por su perfil autónomo.
Esto incluso hizo que algunas propuestas se accidenten en el camino confiadas del apoyo que deberían tener según su propia lógica por pertenecer a tal o cual partido o movimiento, incluso están los que a sabiendas de que las elecciones del 2023 con votación por opción no los beneficiarían, ya se buscan un lugar en el máximo estadio jurídico.
La clase política está golpeada por hechos de corrupción, por juicios con débiles condenas y una Contraloría General de la República que como nunca antes se cansó de enviar informes con los casos ya armados como para que la fiscalía pueda optar por la ley del menor esfuerzo haciendo copy/paste para lograr una imputación sin muchas vueltas.
Finalmente requiere enviar una señal para no terminar siendo presas de esos hashtags que envalentonan multitudes y pueden hacer un cambio histórico si es que en algún momentos las generaciones nativas digitales asumen el desafío de patear el tablero y empezar de cero (tranquilos, no va a pasar, ellos están haciendo tik tok, no cambiando al mundo).
El nuevo ministro de la Corte Suprema de Justicia no necesariamente debe estar sin ningún tipo de filiación política, pero definitivamente necesita tener cierta distancia comprobada de la clase política y que no sienta que su elección forma parte de un cupo de uno u otro lado, sobre todo ahora más que nunca con tantos datos expuestos, con una ley de acceso a la información pública que empieza a madurar en su uso por parte de la ciudadanía interesada.
En unos años cuando nos toque pasar por tribunales deberíamos poder darle un pequeño crédito de confianza al sistema que no sea igual al de los amigos o al de la compra o pago de favores, que muy lejos de ser una cuestión donde corran maletines, más bien se trata de un intercambio en el que muchos consiguen tiempo hasta que se extingan sus procesos, y otras maniobras son la vaselina en procesos complejos, en estructuras generadas para sostener fortunas y modelos de negocio que en el mercado libre sería insostenible sin la inyección ilegal de capital.
Al nuevo ministro se le debe ver venir sin identificar tanto su procedencia política, sin que se lo pueda asociar con grupos, movimientos o líderes, que se los tengan que inventar en el camino para embarrar un poco la cancha como ya es tradicional, un concurso donde además de los méritos, grandes grupos de poder se juegan el todo por el todo.