miércoles, febrero 12

Mingas ambientales

Hace décadas que en el Paraguay se hacen “mingas ambientales para crear conciencia”. El resultado está a la vista. La conciencia no aparece por ningún lado, no se crea, ni siquiera se la aparenta. Y la basura nos acecha con su secuela de olores, descomposición, alimañas e insectos y su inmunda imagen de subdesarrollo.

La conciencia es un estado de la mente que otor­ga a la persona suficiente conocimiento del bien y del mal como para enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios, dice la Academia. También se la define como el conocimiento claro y reflexivo de la realidad. Un montón de gente, en el Paraguay, no tiene claro que la basura es mala para la salud del cuerpo y del alma, que propaga enfermedades y que presenta a la sociedad como un conjunto de bárbaros e ignorantes. Por eso las “mingas ambientales”, triste remiendo para tapar los agujeros dejados por individuos sin conciencia.

A las puertas del renacimiento, las ciudades europeas nadaban en aguas negras y la vida de sus habitantes transcurría entre montañas de basura. Pero cuando aprendieron –a las malas- que de allí salía la mayor parte de las enfermedades infecto contagiosas, obraron en consecuencia e inventaron las cloacas y los vertederos de desperdicios. Los londinenses soportaron por siglos el “gran hedor” (big stink) del Támesis hasta que el ingeniero Joseph Bazalgette dotó a la ciudad de un admirable en­tramado de cloacas activo hasta hoy. Dos siglos más tarde y en plena vigencia de las ciencias de la salud vinculadas a cuestiones ambienta­les, ni el 15% de los hogares paraguayos está conectado a redes sanitarias con tratamiento de efluentes y tenemos que salir a hacer “mingas ambientales” para recoger las porquerías que tiran en cualquier parte las hordas de mu­grientos que acampan en nuestra ciudades.

Alguien dijo que si la educación nos parece cara, deberíamos probar con la ignorancia. Aquí lo hacemos a diario, sólo que por ausencia de conciencia, una enorme cantidad de gente no vincula la suciedad y el desorden con la difusión de enfermedades por pura ignorancia.

También falta vergüenza, ya que muchos habitantes de la mugre ven trabajar a los “mingueros” sin acercarse a darles una mano, como si el asunto no les incumbiera o fue­ran habitantes de una cuarta dimensión.

Triste pero real.