Los niveles de corrupción en la estructura pública paraguaya siempre han tenido a las Aduanas como punto de referencia. Por allí entran y salen mercaderías que no son registradas, que son subvaloradas, o que sencillamente reciben la denominación de mercaderías en frío; eso significa que ingresaron, pero no pagaron los tributos necesarios, pagaron una cantidad notablemente mínima que no ingresó tampoco a las arcas públicas.
La Dirección General de Aduanas ha hecho multimillonarios a muchos de sus funcionarios y a los que los pusieron en esos cargos -que son generalmente políticos en Asunción- que reciben cada semana los maletines. Esto llega generalmente, incluso, hasta la Presidencia de la República.
El nivel de corrupción, la cantidad de productos ingresados al Paraguay por el mecanismo de ser un país que paga incluso menos impuestos para ciertos productos que luego son vendidos a Brasil y Argentina ha estimulado notablemente este tipo de relación corrupta entre los comerciantes que ingresan los productos y aquellos que terminan corrompiendo las instituciones locales.
La denuncia del Director de Aduanas contra su amigo rezador Martín Arévalos- con quien este último rezaba todas las mañanas en una dependencia pública- nos lleva también a la otra reflexión acerca de quienes son los que realmente gobiernan en el país.
Los que pueden reunirse siempre una vez a la semana como lo hacían Arévalos y Fernández los días miércoles, los masones que lo hacen en otras fechas o realmente el sentido de servicio que esperamos que los altos funcionarios tengan hacia la sociedad paraguaya en su conjunto.
Lo concreto y cierto es que mientras no limpiemos la relación de servicio de los funcionarios hacia sus mandantes nada cambiará.