Los que están formulando el plan de reforma del Estado deberían hacer uso generoso, si lo tienen a mano, del pensamiento lateral. Se trata de mantener la mente siempre abierta, desconfiar de lo establecido y abrir paso a la imaginación para la resolución de problemas. Algunos lo llaman también pensamiento disruptivo, ese click que se produce en la mente al buscar soluciones nuevas a viejos y anquilosados problemas.
Es de suponer que los “reformadores” estarán pasándole la lupa al paquidérmico organigrama del Estado, pletórico de miembros, órganos y articulaciones cuya utilidad, desde el ángulo costo-beneficio, nunca fue evaluada.
Ni bien arrancó uno de estos programas de auxilio monetario ya apareció el primer mono colgado de una rama, al parecer, el hijo de un opulento funcionario público. De manual. ¿Qué otra cosa podía esperarse de una mula sino patadas? En un control callejero pillan una ambulancia de Itaipú llena de vacacionistas, silletas plegables y conservadoras incluidas. ¿Cuarentena, qué es eso? En otro, el hijo de un intendente se iba de holganza, bien acompañado, usando la pick up de la Intendencia Municipal.
Estas son simples anécdotas que revelan hasta que punto son inútiles los organismos y procedimientos de control en materia de uso de bienes del Estado. Si no podemos evitar que un bruto use una ambulancia para irse de playa en plena cuarentena, privando de un recurso escaso al empobrecido sistema de Salud Pública, cómo podemos garantizar, por ejemplo, que las compras públicas, las directas y las licitadas, no sean un festin de ladrones. Grandes fortunas y sonoros apellidos que engalanan las páginas del glamur asunceno se han fraguado en los cenáculos de las licitaciones dibujadas para una muy corta lista de eternos adjudicados. La Dirección Nacional de Contrataciones Públicas, la Comisión Nacional de la Competencia, que se fagocitan al año Gs. 50.000 millones del PGN… bien, gracias.
¿Se están preguntando los reformadores para qué cornos sirven esas, y muchas otras organizaciones estatales, si no logran poner orden en la administración de un Estado que hace agua por todos lados?
Desde esta columna editorial iremos acompañando a los reformadores pasando la lupa a una estructura oxidada, añosa y casi por completo inútil.
