(EFE).- Poco antes de la apertura de los Juegos, los japoneses no quieren perderse hoy los anillos olímpicos que un escuadrón dibuja en el cielo de Tokio, mientras la antorcha llega sin ser vista y voces en contra del evento quedan rodeadas por la policía.
A pesar del sofocante calor, cientos de ciudadanos esperaron en los parques, las calles y puentes que rodean el emblemático edificio metropolitano de Tokio donde un escuadrón de las Fuerzas de Autodefensa dio la bienvenida a la antorcha olímpica con acrobacias aéreas de color amarillo, negro, azul, rojo y verde.
Unas nubes juguetonas amenazaron el visionado, pero en esta mañana soleada el clima no fue el único impedimento para escuchar el rugir de los aviones en el cielo de Tokio.
Cientos de japoneses llegados de todo el país y organizados en grupos también tomaron las inmediaciones del ayuntamiento, protestando por la llegada de la antorcha y la celebración de los Juegos Olímpicos.
OPOSICIÓN DENTRO Y FUERA DE TOKIO
“Cancelen las Olimpiadas”, gritaban subidos en tarimas o furgonetas y rodeados de policías impasibles.
El acceso al ayuntamiento, vallado, impedía ver la llegada de la antorcha, un símbolo que ha recorrido el archipiélago durante cuatro meses casi a escondidas.
Otro símbolo, el de los anillos olímpicos, también está tachado en las pancartas de los manifestantes, que afirman convencidos “no miraremos al cielo”, en lo que se refiere a ver el inminente paso del escuadrón aéreo.
“Ya estábamos en contra del evento cuando se anunció en 2013, pero ahora con la pandemia se confirmaron nuestras denuncias”, afirma una joven tokiota de 24 años que prefiere mantenerse en el anonimato por posibles represalias policiales.
Además de la mascarilla, viste casco protector y unas gafas de sol opacas porque no quiere que su rostro pueda ser rastreado por la policía nipona.
Pertenece a la Federación Japonesa de Asociaciones Estudiantiles, una organización de izquierdas fundada en 1948.
“Con el coronavirus han salido a la luz problemas de Japón como la pobreza, el estancamiento económico o la situación de las mujeres. Las grandes empresas solo buscan el beneficio, este evento es un ejemplo”, afirma la estudiante.
Poco antes de la apertura planean marchar por las calles y se apostarán al frente del Estadio Olímpico para “tratar de burlar a la policía” y mostrar su oposición.
Para este día, han llegado jóvenes de todo el país: Kioto, Okinawa y Hiroshima, entre otras ciudades.
Como Soma, de 24 años, que la semana pasada participó en las manifestaciones en contra de la llegada del Presidente del Comité Internacional, Thomas Bach, a Hiroshima.
“No lo queríamos en Hiroshima, ¿Por qué tiene que usar el símbolo de paz de nuestra ciudad para las Olimpiadas en este momento?”, comenta el joven, que llegó ayer a la capital para marchar junto a otros cientos hacia el Estadio Nacional, donde se celebra la inauguración.
A POR EL RECUERDO Y LA FOTO
Mientras, con el ruido de la protesta de fondo, cientos de japoneses buscaban el mejor lugar donde avistar el cielo en medio de los rascacielos, agolpándose con grandes cámaras y teléfonos en mano.
Mayores y pequeños, familias y amigos, nadie parece querer perderse el instante -que apenas durará segundos- en lo que ya es una tradición nipona de los Juegos.
La memoria colectiva y los más mayores, niños en aquel entonces, todavía recuerdan el escuadrón que en sus primeras olimpiadas, los Juegos de 1964, dibujó anillos de colores sobre las calles de Tokio para dar inicio al sueño olímpico.
“Espero que las nubes nos dejen verlo”, comenta un espectador de 66 años que vio por televisión, por primera vez en color, aquella apertura histórica con los anillos en el cielo.
“Esta vez la apertura será un poco triste, hubiese sido mejor meter algo de público”, opina.
Tras varios minutos de espera, con un poco de retraso debido a las densas nubes, los aviones aparecen repentinos y hacen estallar el cielo en colores.
La gente exclama gritos de júbilo, un anillo verde y rojo se asoman y cuando desaparecen, el público arranca en un aplauso colectivo.
Para Koji Tsuchida, de 59 años y llegado de la ciudad de Yokohama solo para estos segundos, “ha sido bonito verlo en directo, a pesar del ambiente alrededor con los manifestantes y el contraste entre la gente que está contenta y la que no”.
“Es la primera y última vez en mi vida, aunque mi mujer no quiso acompañarme”, dice antes de calzarse la gorra y perderse entre el gentío para abandonar el lugar.