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El movimiento opositor bielorruso galardonado con el Premio Sájarov y representado por Svetlana Tijanóvskaya, María Kolésnikova y Veronika Tsepkalo ha logrado un imposible. Sin experiencia política alguna y sin disparar un solo tiro, han puesto contra las cuerdas al último dictador de Europa, Alexandr Lukashenko.
“La revolución en Bielorrusia tiene rostro de mujer”, comentó Tsepkalo, una de las tres heroínas de las protestas antigubernamentales en la antigua república soviética.
El precio que han pagado es alto. Kolésnikova se encuentra en un centro de detención del KGB en Minsk; Tijanóvskaya se exilió en Lituania mientras su marido sigue en prisión y Tsepkalo se refugió en Letonia.
La ira de Lukashenko
Todo cambió cuando Lukashenko decidió lanzar una campaña de persecución contra sus principales rivales políticos. Hasta entonces, esta troika de mujeres estaba a la sombra de tres aspirantes a la Presidencia.
El marido de Tijanóvskaya, Serguéi Tijanovski, el bloguero más popular del país, fue detenido por organizar mítines; el jefe de Kolésnikova, Víctor Babariko, fue encarcelado por delitos económicos y el marido de Tsepkalo, Valeri, abandonó el país antes de ser procesado.
Lukashenko, quien no dudó en culpar a la gran madre Rusia de estar detrás de los intentos de desestabilización política del país, dio por hecho que al deshacerse de esos tres hombres había garantizado su reelección.
No contaba con que las mujeres bielorrusas habían perdido el miedo. Tijanóvskaya nunca se había interesado por la política, pero se dio cuenta de que la única forma de salvar a su marido era presentar su candidatura a las elecciones presidenciales.
“No busco el poder. Nunca me interesó la política, pero sé que ésta es la única forma de liberar a mi marido”, comentó al comienzo de la campaña electoral.
Mujeres al poder
Ama de casa, profesora de inglés, madre, candidata presidencial. Svetlana logró recabar las firmas necesarias para registrar su candidatura. Recibió amenazas, llegado el momento anunció su retirada, pero resistió y se convirtió en la principal rival de Lukashenko.
Kolésnikova, que había regresado a Minsk en el 2019 tras doce años trabajando en Alemania como músico, decidió apoyar a Tijanóvskaya y se convirtió en “la sonrisa de la revolución”.
Se les sumó Tsepkalo, experta en relaciones internacionales. “Nos pusimos de acuerdo en un cuarto de hora”, asegura y añade, no sin ironía, que si fueran hombres los encargados de negociar, las reuniones hubieran sido interminables y se habrían alargado durante días o semanas. “Nos unía la idea de acabar con el dictador”, señala.
La sociedad bielorrusa y la comunidad internacional no daban crédito. Lukashenko, defensor a ultranza de un machismo trasnochado, se había encontrado con la horma de su zapato.
Su reacción fue esperada: “Pobres chicas, no saben lo que dicen ni lo que hacen”. Pero se equivocó.
“Lukashenko no sabe tratar a las mujeres. No sabía qué hacer con nosotros. Perdió el norte. Nos minusvaloró y después intentó humillarnos. El resultado está a la vista”, explica Tsepkalo.
Dicen basta
La sospecha victoria de Lukashenko con el 80% de los votos por el 10% de Tijanóvskaya provocó una reacción en cadena que ni siquiera el temido KGB había previsto.
Cientos de miles de personas salieron a la calle para protestar contra el fraude electoral. Desde entonces, todos los días hay protestas, mítines y manifestaciones, muchas de ellas protagonizadas por mujeres de todas las edades.
Hijas, madres, abuelas salieron a la calle a pedir la liberación de los miles de manifestantes detenidos, algunos víctimas de torturas y abusos en los centros de reclusión del KGB. “Los bielorrusos han despertado”, comentó Tijanóvskaya.
Ella ha liderado las protestas a distancia con el ejemplo. Ha prometido que en caso de que sea elegida presidenta, una vez se consuma la transición, convocará en seis meses nuevas elecciones presidenciales a las que se podrán presentar todos aquellos candidatos rechazados por la comisión electoral.
Cuando Tsepkalo asegura que la revolución tiene rostro de mujer, se refiere al libro de la premio Nobel de literatura y abanderada de la revolución bielorrusa, Svetlana Alexiévich, “La guerra no tiene rostro de mujer”, un homenaje al papel de la mujer en la segunda guerra mundial.
En el caso de la revolución bielorrusa, su principal rasgo es precisamente que es pacífica.
“Llevamos 72 días de protestas indefinidas. Y no se ha roto ni una sola vitrina, no se ha quemado ni un solo coche, no se ha robado ni una sola tienda”, destaca Tsepkalo.
Ultimátum y respaldo internacional
Eran unas desconocidas y ahora son recibidas por los principales líderes europeos en Berlín, París o Bruselas.
“Europa y el mundo ven lo que está pasando en Bielorrusia. Valoran que protestemos sin recurrir a la violencia. Queremos vivir en un país democrático y civilizado”, asegura.
Pese a la represión, las demandas no han variado ni un ápice: renuncia de Lukashenko, convocatoria de nuevas elecciones, liberación de detenidos y presos políticos, apertura de una investigación contra los responsables de la violencia policial.
“No tenemos miedo. Estamos orgullosas de ser bielorrusas y seguiremos luchando hasta que Lukashenko se vaya”, subraya Tsepkalo.
Añade que “el Sájarov es un premio al estoicismo, heroísmo y moderación del pueblo bielorruso. Son muchos años luchando contra la dictadura. Hemos perdido a muchas personas, políticos, activistas y periodistas. Ha sido un camino arduo. Es un final lógico. Ahora, Lukashenko debe irse”.