Ser famosos a costa de obras de grandes artistas
Estúpidos los hay de todos los tamaños, colores, talantes y están diseminados por todo el planeta. Pertenecen a esa dimensión que Einstein describió como infinita, única de la que estaba plenamente seguro no así del Universo, según consigna en una de sus frases más frecuentadas.
El 21 de mayo de 1972, un energúmeno de nombre Laszlo Todt, húngaro de nacimiento, pudo aproximarse a La Pietá, la magistral escultura con la que Miguel Angel representó a la Virgen María con Jesus muerto en sus brazos, y descargarle 15 martillazos al grito de “yo soy Jesucristo y he regresado de la muerte”. Los curadores del museo Vaticano pudieron recoger la nariz, un párpado y la mano izquierda de la Virgen que habían saltado en pedazos. La restauración llevó un año y hoy la obra luce de nuevo todo su esplendor… detrás de un cristal blindado.
Esta idea de vandalizar obras de artistas célebres no es nueva. La pintura «La ronda nocturna» de Rembrandt fue atacada tres veces luego de sobrevivir intacta casi tres siglos. En 1911, un cocinero naval logró rasgarla con un cuchillo. En 1975, un profesor de escuela intentó mejorar la performance del marino propinándole algunos tajos. Finalmente, en 1990 un trastornado la roció con acido sulfúrico. Su restauración costó tres millones de euros.
Todos estos actos de vandalismo fueron ejecutados por verdaderos chiflados, algunos escapados de manicomios. Ahora, la rayadura es otra, porque llega en forma de ambientalistas furiosos que para ganar notoriedad tienen que destruir algo valioso. El último caso es el de las dos imbéciles (¿se diría imbécilas en inclusivo?) que se ataron a dos obras del genio del neoclacisismo español Francisco de Goya, las célebres Maja Desnuda y Maja Vestida en el majestuoso Museo Del Prado, en Madrid.
El cambio climático da para todo. Por ejemplo, para embadurnar de pintura cuatro edificios del valioso patrimonio edilicio de Londres. Después viene el rédito: invitación a programas de TV para “panelear” disparates y juicios glamorosos llenos de reporteros ávidos de nuevos esperpentos.
Es una cosecha típica de estos tiempos llenos de imbéciles incapaces de articular una palabra coherente pero hábiles para destruir la belleza. Una herencia miserable en un mundo confundido por teorías sin fundamento y atravesado por dogmatismos cada vez más peligrosos.