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La expulsión de lo distinto

La capacidad de escuchar a los otros abarca una realidad política, que nos permite participar de manera activa en su percepción del mundo y en sus mecanismos para afrontar la realidad. Esta acción es el único punto vinculante que permite que conformemos lo que llamamos comunidad: común-unidad.

Todos los días deglutimos más información de la que nuestro organismo puede sintetizar y, la falta de tiempo o bien, la ausencia de hacernos de tiempo, no permiten que elaboremos ideas sobre los acontecimientos que estamos atravesando. Vivimos en un tiempo de conexión global como no se había visto en décadas, donde casi toda la población siente miedo o dolor, angustia o incertidumbre, pero cometemos el terrible error de privatizarlo o individualizarlo. No existe conexión entre las angustias de los otros y las propias, como diría Byung-Chul Han, donde expulsamos lo que creemos distinto, pero nos pertenece.

El dolor la arbitrariedad y de la mediatización de pequeñas porciones de realidad no nos permiten tener un panorama claro sobre lo que sucede y, volviendo a la incapacidad que hemos desarrollado de tomarnos el tiempo de construir criterios propios, cimentados en nuestras conclusiones, permiten que este comportamiento de viralización de pocas ideas corra como reguero de pólvora.

El conmovedor caso de la niña Bianca, que hace meses une a personas en todo el país, es una muestra de que la mediatización puede conectarnos, pero no precisamente informarnos y contribuir a generar conclusiones propias. Desde el Ministerio de Salud, manifestaron que existen “60 Biancas” ¿Cuántas conocemos nosotros? ¿Qué ocurre con los otros diagnósticos que indefectiblemente llevan a que un paciente pierda la vida si no se invierten cientos de miles de dólares en su tratamiento?

Lo que nos está ocurriendo es que presenciamos lentamente una fusión de lo público hacia lo privado, cuando la verdadera politización debería ser un proceso totalmente opuesto. Me imagino como un ejemplo de esto es que en nuestra ciudad hay cada vez más edificios y menos parques. Al dejar de salir, nos dejamos de encontrar con el otro y solamente en el encuentro con lo diferente puede nacer lo nuevo.

Existe una gran diferencia entre el tiempo propio que nos aísla y el tiempo que invertimos escuchando a otros, con la segunda acción se crea lo que conocemos realmente como comunidad. Es tiempo de escucharnos, no de hablar por encima de los otros.

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