Fueron sólo tres segundos, pero revolucionaron el baloncesto. Fue sólo una canasta, pero significó la primera derrota de EEUU en unos Juegos Olímpicos. Cincuenta años después, el equipo estadounidense sigue sin reconocer su derrota ante la URSS en la final de Múnich’72.
“No me sorprende su reacción. Fue muy doloroso para ellos y lo sigue siendo”, comentó este viernes a Efe Iván Yedezhko, protagonista de la polémica jugada.
Mientras ese partido se disputó en medio de la Guerra Fría, el aniversario también coincide ahora con el nuevo antagonismo entre Rusia y Occidente escenificado con el conflicto en Ucrania.
Los rusos, descendientes de la Unión Soviética, recuerdan con orgullo la victoria e incluso rodaron hace cuatro años una película al respecto que fue la más taquillera de la historia de este país: “Going Vertical”.
En cambio, los norteamericanos, que llevaban 63 victorias olímpicas consecutivas desde 1936, creen que todo fue una conspiración en su contra -la última jugada se repitió tres veces- forjada entre el Kremlin y el presidente de la FIBA, Renato William Jones, para acabar con su hegemonía.
LOS ETERNOS TRES SEGUNDOS
La versión soviética es que después de que Doug Collins anotara los dos tiros libres que pusieron por primera vez por delante a EEUU (50-49), el árbitro olvidó señalar el tiempo muerto reglamentario, pero los americanos rebaten que el seleccionador soviético, Vladímir Kondrashin, no llegó a pedirlo a tiempo.
En la segunda repetición, fueron los jueces de mesa -el cronometrador era un tal Joseph Blatter, futuro presidente de la FIFA- los que se armaron un lío con el reloj, que marcaba erróneamente 53 segundos, por lo que hubo que volver a sacar de fondo, lo que encrespó los ánimos de la delegación estadounidense.
Lo que alimentó aún más la teoría de la conspiración fue que Jones descendió de las tribunas para exigir la repetición de la jugada, algo nunca visto antes.
Finalmente, en la última repetición, cuando los estadounidenses ya cantaban victoria, Yedezhko dio un increíble pase “al cosmos” de más de 25 metros que fue aprovechado milagrosamente por Alexandr Belov, ante la incredulidad de rivales y espectadores.
Belov, que murió pocos años después, estaba defendido estrechamente por dos jugadores estadounidenses, pero logró elevarse sobre ellos y anotar bajo la canasta los dos puntos que dieron a su equipo una histórica victoria (51-50).
No todo quedó ahí. La Guerra Fría aún no había terminado. EEUU apeló el resultado, pero el comité de apelación decidió en su contra por 3-2. El voto definitivo correspondió a un húngaro, cuyos padres murieron cuando los tanques soviéticos entraron en Budapest en 1956. Los otros dos votos fueron de un cubano y polaco, aliados del Kremlin.
EL PASE DE 25 METROS
Cuando le preguntan por quién tuvo la idea, Yedeshko sonríe. Y es que un año antes el base bielorruso realizó la misma jugada en un partido amistoso contra EEUU disputado en Kiev.
Entonces, faltaban dos segundos para el final del primer tiempo, pero el receptor del pase fue también Belov. Los estadounidenses lo olvidaron.
“¿La idea? Se la debemos a (Charles) McMillen”, explica, en alusión al pívot estadounidense que le defendía cuando iba a sacar de fondo.
Por algún motivo, el estadounidense de 2,11 metros dio varios pasos hacia atrás, lo que permitió al soviético lanzar libremente el balón. McMillen le echa la culpa al árbitro rumano que le señaló los pies, aunque las reglas le permitían estar pegado a la línea.
“Si no se hubiera retrasado, me hubiera tenido que atrasar tres o cuatro metros y hubiera sido imposible pasar el balón”, señala.
En ese momento, Belov le hizo un gesto con la cabeza, Kondrashin le dio el visto bueno y el resto es historia.
“Recuerdo todo como si fuera ayer. Me pregunto muchas veces cuánto duran esos tres segundos porque nunca se terminan”, asegura entre risas.
DOS BELOV Y UN HÉROE, KONDRASHIN
El mejor jugador del equipo era otro Belov, Serguéi, que anotó 20 puntos en la final. Sin su actuación, la URSS no se hubiera colgado el oro. Lo mismo se puede decir del pase de Yedeshko y de la canasta de Belov en el último segundo.
Con todo, Yedeshko considera que el mérito fue del entrenador, ya que el equipo incluía jugadores de seis repúblicas soviéticas.
“El arte fue hacer un equipo con esos jugadores. Lo dijo mi compañero lituano Modestas Paulauskas. Éramos flores bonitas y Kondrashin nos convirtió en un ramo y lo colocó donde más podía brillar”, explica.
Yedezhko cree que la decisión de dejarle a él y al lituano en el banquillo en favor de los rápidos jugadores georgianos fue decisiva para que la URSS se escapara en el marcador en la primera parte.
“No se lo esperaban”, asegura.
La victoria soviética se repitió en Seúl 1988, tras lo que Estados Unidos participaría en los Juegos Olímpicos con un equipo profesional de la NBA empezando por el Dream Team de Barcelona 1992 encabezado por Jordan, Magic y Bird.
MEDALLAS DE PLATA SIN DUEÑO
Medio siglo después, los estadounidenses se niegan a recibir las medallas, que siguen en la sede del Comité Olímpico Internacional en Lausana.
“Esas medallas estarán en Lausana durante otros mil años”, dijo McMillen en una reciente entrevista, postura que comparten todos sus compañeros.
En la misma línea, Kenny Davis y Tom Henderson han dejado escrito en sus testamentos que sus hijos nunca recojan las medallas de plata.
Aunque los expertos recuerdan que el equipo estadounidense era muy inexperto, que echó de menos a Bill Walton, que se negó a jugar en Múnich, que la URSS se dejó remontar con errores infantiles en los últimos minutos y que los soviéticos confirmaron su valía al proclamarse campeones del mundo en 1974.
“Perder contra la URSS fue como un entierro para ellos. Eran, son y serán los mejores. Tienen la NBA, el baloncesto universitario. Son los mejores, sin duda alguna. Por eso, como son tan grandes, no aceptan la derrota y siguen enfadados”, señala.
Yedezhko reconoce que el conflicto en Ucrania ha agudizado de nuevo la rivalidad entre el Kremlin y la Casa Blanca.
“EEUU quiere dominar el mundo e imponer su voluntad a los europeos. Yo creo que los estadounidenses no están bien informados. Pero yo tengo mucho aprecio por el pueblo estadounidense. Cuando fuimos allí a jugar nos trataron muy bien”, asegura.
Además de Yedezhko, otros tres jugadores de aquel equipo soviético siguen vivos: el lituano Paulauskas, el ucraniano Polivodá y el kazajo Zharmukhamédov. EFE