e dice popularmente que luego de la tormenta siempre llega la calma, pero pocas
veces se habla de lo que implica vivir ese proceso. No se trata solo de esperar que
pase la oscuridad, sino de aprender a resistir, a adaptarse y evolucionar. Las crisis,
sean personales o colectivas, nos sacuden con fuerza, pero también revelan lo que
somos capaces de soportar. En medio del caos, se puede seguir esperando un cambio
positivo.
La calma no es solo ausencia de conflicto, sino una oportunidad para reflexionar.
Cuando los malos tiempos pasan, surgen las preguntas que evitábamos: ¿Qué
aprendimos? ¿Qué es lo que hay que soltar? Es en ese silencio donde se redefine el
rumbo, donde se valora lo esencial. La serenidad posterior a la tormenta nos obliga a
ver con otros ojos, a decidir que estrategias podemos adoptar para salir adelante.
Aun así, no todos saben lidiar con la calma. Muchos se aferran al drama, temiendo el
vacío que deja la tormenta. Pero la paz no es dañina sino beneficiosa. Nos permite
reconstruir con conciencia, elegir con libertad y actuar con propósito. Es el momento
de sembrar lo que queremos cosechar, sin la presión que impone la tormenta. La
calma es útil, solo si sabemos aprovecharla.
Entonces, cada tormenta deja marcas, pero así mismo abre caminos. La clave está en
no temerle al proceso, en entender que la calma no es el final, sino el inicio de algo
nuevo y quizá mejor. Porque después de cada tormento, hay una oportunidad de
volvernos más sabios, más fuertes y humanos.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion o intereses particulares
