Su nombre tiene un significado que encaja perfecto con ella: “mujer de raíces fuertes” y vaya que lo es. Juliana es mi abuela, la menor de 9 hermanos, la consentida, rebelde e inquieta. Con mi abuelo tuvo tres hijos, los que a su vez tuvieron otros tantos, y quienes nos hemos convertido en una tribu de nietos y bisnietos que se juntan en su casa a desayunar, merendar o cenar. Porque las abuelas tienen ese don particular de dar de comer como si el mundo se fuera a acabar y que cada reunión familiar se vuelva un caos de ruido, risas, gritos y abrazos apretados.
Mi abuela es sin dudarlo un segundo, mi segunda madre. Ha sido una figura tan presente que no imagino como hubiera sido mi vida sin ella, sin sus recetitas para curar una gripe con miel y limón, sin sus clases de corte y confección en su amada Singer, el mentholatum con algún menjurje en el pecho para calmar la tos o las miles de horas rezando el rosario para que abrace de una vez por todas la religión.
Mi abuela me enseñó a reír fuerte para curar las penas, a nunca tener miedo cuando las adversidades apremian, a sentirme libre y digna por la fortuna de haber nacido mujer. Porque ante sus ojos yo podía ser lo que quisiera, ministra, astronauta o ingeniera, porque el cielo es el límite y su corazón suficientemente grande como para amarme sea cual sea mi profesión. Ella me enseñó a no ser indiferente al dolor propio o ajeno, a bailar como si nadie me estuviera viendo y romper en llanto cuantas veces sea necesario, porque mi abuela sin querer queriendo se volvió comodín y medicina, ángel de la guarda, almohada suave donde descansar y súper heroína.
Mi abuela nació 48 horas después del día de amor, casi como un presagio de ese sentimiento que tan bien ha sabido demostrar. Su cariño se refleja en sus caricias, en su andar lento para alcanzarme con un abrazo, en una bendición en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo o sus llamadas telefónicas que siempre acaban con un “te amo, te amo, te amo” tres veces por sí (según ella) se me llegara a olvidar. Hoy en su cumpleaños 88 no puedo más que honrarla y celebrar, a esa dama octogenaria que ha vivido libre y completa, llena de imperfecciones, pero rebosante de amor.
Ojalá todos tuvieran una abuela como la que tengo yo. Feliz cumpleaños Juliana de mi corazón, feliz vuelta al sol.