miércoles, noviembre 19

Impermanencia/ Felix Gimenez

La impermanencia es una de esas verdades universales que nos recuerda que nada
es estático. Todo cambia: el clima, los sentimientos, las personas. Resistirse a esta
realidad genera sufrimiento, mientras que aceptarla nos libera. Comprender que la
vida es un constante devenir nos permite vivir con mayor ligereza. No se trata de
resignación, sino de sabiduría.

Reconocer el flujo de la vida implica soltar el control y aceptar la incertidumbre.
Algunas veces buscamos estabilidad en lo externo, pero esa seguridad es ilusoria.
Cuando aprendemos a navegar con los cambios, cultivamos resiliencia. La
impermanencia nos enseña a valorar el presente, porque sabemos que no es eterno.
Todo momento se vuelve precioso por su transitoriedad.

Es justamente en las perdidas donde la impermanencia se manifiesta con fuerza. Un
trabajo, una relación, eso que más valoramos puede desaparecer. Aunque duela,
también es una oportunidad para crecer. El cambio nos fuerza a reinventarnos, a
descubrir nuevas versiones de nosotros mismos. Aceptar que todo termina nos
prepara para recibir lo nuevo más fuertes que antes.

El ser consciente de la impermanencia transforma nuestra manera de ver el mundo.
Nos volvemos más sabios, menos apegados, más agradecidos. El flujo de la vida no
se vuelve un enemigo, sino un maestro. Al entrar en su ritmo, quizá podríamos
encontrar paz en medio del caos. La impermanencia no es una amenaza, sino una
invitación a vivir cada segundo que nos queda con mayor determinación.