Ya sé muy bien lo que se estarán preguntando apenas lean el título: “Félix, no crees
que estas exagerando un poco respecto al avance en el desarrollo de las inteligencias
artificiales?”. Mi respuesta es que por más inevitable que sea, tengo miedo. Temo que
las cosas se salgan de control en cuanto a cómo en silencio, pero no tanto de forma
secreta, actualmente se libra una batalla entre las potencias mundiales, pero no en
trincheras y búnkeres sino en laboratorios y centros de datos.
En las últimas décadas, hemos sido testigos de conflictos por cuestiones territoriales,
recursos naturales valorados en millones el kilo y rutas comerciales estratégicas.
Históricamente, todos los imperios de la humanidad han peleado por las mismas
razones. No obstante, en este siglo XXI, la guerra más decisiva es cuanto al desarrollo
de inteligencias artificiales. Todo país que invierta sus recursos en IA está apostando
no solo por dominar las nuevas tecnologías, sino también la economía y la seguridad.
China y los Estados Unidos son los contendientes más fuertes en esta carrera por
poseer la IA más poderosa. Sus corporaciones compiten ferozmente desde hace un
par de años, pero no son los únicos jugadores. La Unión Europea busca posicionarse
como reguladora global, teniendo como prioridad la privacidad y seguridad de los
derechos digitales. Al mismo tiempo, Israel y Rusia siguen avanzando en aplicaciones
militares y civiles de IA, incrementando así esta fiera y desigual competencia.
Es bien sabido que la IA se alimenta de datos, y los estados que controlen la
información tendrán una ventaja estratégica. Por si todo esto fuera poco, los
algoritmos de aprendizaje automático se han convertido en armas de doble filo. Son el
núcleo de esta guerra invisible, permiten a una IA aprender a reconocer patrones,
tomar decisiones y evolucionar sin necesidad de intervención humana.
Pero es por ahí por donde va este asunto, resulta que no todos los algoritmos son
neutrales, pues pueden ser entrenados con sesgos y diseñados con fines ocultos. Por
eso algo como el desarrollo de algoritmos de aprendizaje automático no es meramente
una cuestión técnica, puede resultar profundamente política. Estos algoritmos ya
saben a quien mostrarle ciertos tipos de anuncios hasta qué objetivos debe destruir un
dron autónomo.
De momento, la guerra mundial por desarrollar la IA definitiva no tiene un ganador
absoluto. Si los países optan por una competencia sin límites, el resultado podría ser
un mundo fragmentado, con brechas tecnológicas visibles y muchos riegos
existenciales. La cuestión no es si la IA dominará el futuro, sino quienes la controlarán
y con qué propósitos para el destino de la humanidad.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion e intereses particulares