Ya hace bastante tiempo que nos encontramos en una época de cambios acelerados,
donde el futuro es más incierto que nunca. Las nuevas tecnologías parecen facilitarnos
más la vida, aunque no siempre entendamos del todo cómo funcionan. Lo que hace
que muchos se pregunten: ¿seremos espectadores o actores de lo que vendrá? La
incertidumbre nos fuerza a tomar caminos inesperados, aunque no sepamos a dónde
conducen.
La última gran pandemia nos demostró que lo imprevisto puede alterarlo todo de un
día a otro. Aun así, seguimos planificando las cosas como si el mañana fuera
predecible y a nuestro favor. La fragilidad de nuestra realidad es obvia, y se requiere
de voluntad colectiva para encontrar alternativas por si algo falla. ¿Somos entonces
capaces de aceptar que el control es solo una ilusión? El futuro no es como un río que
fluye seguro en una sola dirección, sino un mar de posibilidades.
Las nuevas generaciones crecen en un mundo digital que constantemente redefine el
trabajo y las relaciones humanas. No estamos seguros de qué valores guiarán a
quienes habiten el mundo de acá a cincuenta años. De momento solo sabemos que
tanto la educación, la política como la economía deben de reinventarse, pero
actualmente muchas estructuras se resisten a la evolución. A medida que la brecha
entre lo posible y lo real se cierra, el riesgo es quedarnos atrapados en el pasado.
Quizá la solución sea aceptar la incertidumbre como parte de nuestra existencia. No
obstante, tampoco es que debamos vivir con miedo a un nuevo amanecer. Aunque
ahora capaz, muchos nos encontremos en un futuro invisible, seguro que algún día
llegaremos a buen puerto. No estamos seguros de qué color será el mañana, de
momento solo nos queda actuar, confiar y esperar.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion o intereses particulares
