No cabe duda de que la esperanza es una fuerza invisible que nos mantiene de pie
cuando todo parece derrumbarse. Perder algo o a alguien nos confronta con la
fragilidad de la vida, con la seguridad de que nada es eterno. No es una promesa de
que todo mejorará, sino una convicción de que vale la pena intentarlo. Es una forma
de resistencia frente al dolor y la incertidumbre que nos brinda este mundo.
Aun así, no siempre resulta fácil mantener vivo el fuego de la esperanza. Cada pérdida
o desilusión son golpes que pueden dejar heridas profundas, al punto de hacernos
cuestionar nuestro propósito en la vida. En ciertos momentos, la esperanza parece
inalcanzable, incluso absurda. Claramente, el camino hacia la sanación es arduo, pero
quizá en ese trayecto es en donde podríamos encontrar un nuevo sentido a la
existencia.
¿Cómo cultivar la esperanza cuando todo parece perdido? Tal vez la respuesta sea
aceptar que la esperanza no es una certeza, sino una apuesta. No se borra el dolor,
pero lo hace más llevadero. Nos permite encontrar una luz en medio del oscuro vacío,
reinventarnos a partir de lo perdido. Es un salto de fe hacia la luz al final del túnel, con
la mentalidad de que el dolor no será para siempre.
Al final, la esperanza no es ingenua; es consciente de las cicatrices, pero elige mirar
hacia adelante. En un mundo donde nada está escrito, sigue siendo el mejor antídoto
contra la desesperación. Nos motiva a creer que la vida, aun con todas sus sombras,
sigue conteniendo algo de luz. Y es en esa luz donde, quizá logremos encontrar un
nuevo comienzo para ser felices en este mundo tan cruel.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion o intereses particulares
