En el siglo XX, ejecutar un golpe de Estado requería cantidades fantásticas de logística pre, durante y post golpe. Para echar a Juan Perón del poder en 1955 en Argentina, la marina debió anclar sus pesados acorazados frente a Buenos Aires y amenazar con borrarla del mapa. A Augusto Pinochet le llevó meses demoler el gobierno de Salvador Allende, paralizando Chile con huelgas de camioneros hasta bombardear la Casa de la Moneda en donde sucumbió el líder de Unidad Popular. Incluso derribar a Stroessner llevó su proceso y la junta de “los Carlos” tuvo que gastar alguna pólvora y sacrificar vidas valiosas.
Lo de Pedro Castillo es otra cosa. Vendría a ser el primer golpe de Estado de la era digital, todo en tiempo real y online. El 7 de diciembre, el Presidente desayunó caldo de gallina con pan recién horneado (dicen que ese es su menú fijo) y enfiló hacia el Palacio Pizarro para iniciar su jornada, nada similar a las anteriores. Tres minutos antes del mediodía anunció urbi et orbi la disolución del Congreso, la decisión de gobernar por decreto-ley, llamar a elecciones para establecer un congreso con facultades constituyentes y “reorganizar” todas las ramas de la Justicia. Castrochavismo puro y duro. Castillo quiso instaurar un unicato del viejo estilo… pero tuvo algunas pequeñas fallas de planificación.
A las 12.10, los 17 ministros del gabinete renunciaron. A las 12.25 el Congreso abrió una plenaria extraordinaria. La votación nominal para dar de baja al insurrecto empezó a rodar diez minutos después. A las 13.10 se alejó la vicepresidenta Dina Boluarte. Veinte minutos más tarde el comando conjunto de las Fuerzas Armadas emitió un sibilino comunicado pidiendo calma y reconociendo a Castillo la potestad de disolver el Congreso. A las 13.50, por votación casi unánime, Pedro Castillo fue destituido, detenido y llevado a sede policial en donde le leyeron los cargos formulados por la fiscalía: “Presunto delito de rebelión, regulado en el artículo 346 del Código Penal, por quebrantar el orden constitucional”.
En las calles tronaba el mal humor social. “Fuera políticos corruptos, que se vayan todos” era el grito casi unánime. Si la eyección del golpista fue quirúrgica, habría que ver si el cirujano no pasó por alto alguna enfermedad de fondo. Lo cierto es que el antiguo imperio del Tawantinsuyo se estremece desde el Piura hasta el Titicaca.
¿Todo acabó con la destitución del maestro cajamarqueño?