El sistema electoral estadounidense tiene cosas positivas pero también puntos que lo convierten en un gran lío.
Como con muchas otras cuestiones, cada Estado está encargado de definir cómo funciona.
Tienen opciones que nosotros no: votar por adelantado en persona o depositando sus votos en un buzón especial, así como enviarlos por correo.
Este año, en un estado clave como Texas, la cantidad de personas que votó por adelantado ya superó al total de ciudadanos que votó en la última elección presidencial.
Si bien algunos estados están autorizados a contar los votos enviados por correo antes del día de la elección, otros no. Y ésto podría generar retrasos para determinar con claridad quién será el próximo presidente en la noche del martes 3 de noviembre.
Eso es algo que a Donald Trump podría serle útil, ya que, casi con seguridad, intentará impugnar la mayor cantidad posible de votos postales (que en su gran mayoría son demócratas)
En un escenario racional, es probable que esos votos por correo terminen por contarse en la mañana del miércoles 4 de noviembre o a lo largo de ese día y si hay un claro margen de uno sobre otro candidato, declarar a un ganador.
Sin embargo, el peligro de que se llegue incluso a la judicialización de los resultados está presente de vuelta -como en las elecciones en las que George Bush derrotó a Al Gore por un puñado de votos en Florida-
Algunos analistas creen que una movida de último recurso para Trump sería hacer que la propia Corte Suprema se involucre y decida quién es el ganador (algo inconstitucional y que nunca antes se había hecho)
Cabe recordar que el actual presidente nominó a dos nuevos jueces de la Corte, ambos conservadores, lo cual le daría una clara ventaja implícita si se diera esa situación absolutamente irregular.
Para evitar esta situación, mientras más clara sea la victoria de Trump o Biden, mejor para EE.UU.
Sumergirse en una larga disputa por saber quién fue el ganador puede desencandenar una ola de violencia y protestas lógicas en un país que, tras cuatro años de un discurso confrontativo desde la Casa Blanca, está dividido como hace décadas no lo estaba