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El Evangelio según Marito

Todos los relatos que conocemos sobre los hechos que ocurren en nuestro país, se relatan desde el cristal sucio y oscuro de los medios de comunicación. Marito, en su divina sabiduría, nos dice: “Yo hace rato no leo noticias, me levanto, leo la Biblia y salgo a trabajar por el pueblo”.

Dulce epifanía y abundancia de sabiduría para un mesías que se sitúa a él mismo en el rol de un mensajero de la paz, pero que en la realidad obra de Judas, conspirando entre las tinieblas, trabajando por el pueblo, que en realidad se resume a amigos y cercanos, no a aquellos que depositaron su esperanza o la venta de sus cédulas en su persona.

Si bien nuestro líder no nació en un pesebre como su par de Nazareth, sí nació rodeado de cerdos, que bien han sabido transmitirle el arte de revolcarse en la mugre. En la Nación en que nació, no hubo un Herodes con intenciones de aniquilarlo, porque su padre era secretario privado de nuestro soberano, su discípulo amado, del cual ha heredado un edén de tierras mal habidas y otros tesoros, quizás para conocer de antemano las bondades del paraíso, con la excepción de que este es construido con el dolor, la tortura y la miseria de los menos favorecidos.

Es posible que a todos nosotros nos toque leer este Evangelio para comprender a este noble hombre, podemos estar siendo objeto de una falta de empatía, siendo poco inclusivos, al no intentar siquiera comprender que detrás de la devoción de este hombre por hacer las cosas bien, existe un egoísmo de nuestra parte que obnubila dicha bondad.

¿Quiénes se sientan a la mesa con él? ¿A quién besa en la mejilla para entregarlo? ¿A quién le mete el dedo en el costado para tener más fe en sí mismo, no en quien tiene la herida? ¿Acaso este banquete bacanal, muy distante a la última cena de aquél que crucificaron en Jerusalén, terminará algún día? Bendecido nuestro líder mesiánico, porque su historia no termina en crucifixión, son más de siete millones de cruces las que admira, emocionado por su devoción, mientras que la sangre de la injusticia corre y recorre todos los rincones de nuestro Gólgota.

Como dice San Mateo: “No se puede servir a Dios y al dinero”. Esto no crea ningún remordimiento, ninguna incoherencia, porque para nuestro Marito resucitado nunca se trató de Dios, sino siempre del dinero.

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