El estado paraguayo se lleva más de US$ 4.000 millones de los contribuyentes, de cada uno de nosotros y la calidad del servicio que brinda es realmente lamentable.
En prácticamente todas las esferas hay una burocracia costosa, lenta, farragosa y corrupta que impiden que los trámites jueguen en favor de los ciudadanos. Por el contrario, perjudica el tiempo perdido en varias dependencias públicas, desde los hospitales, en citas con médicos que no aparecen, desde los jueces que no se presentan a la hora establecida, de la cantidad de dinero que hay que pagar para que alguien se llegue a jubilar de una función pública determinada.
Es perverso el esquema diseñado desde el Estado para hacer completamente lo opuesto a lo que manda la Constitución, el sentido del servicio y el sentido de la idoneidad.
No tenemos concursos de oposiciones para los cargos en los lugares públicos. Se ingresa siempre por cuestiones prebendarias y por el capricho de algún titular de turno que consigue burlar la Ley de una Secretaría absolutamente inútil, que es la de la Función Pública, la que tendría que implementar estos concursos y la que debería velar para que el Estado realmente sirva a sus mandantes, a los que pagando impuestos pagan los salarios y el funcionamiento de esta pesada burocracia.
La gran reforma del Estado de la que se habló al inicio de la pandemia no pasó de ser una pequeña carpetita entregada por el vicepresidente Velázquez al presidente de la Cámara de Diputados, Alliana, quien ya lo habrá tirado a la cesta de basura más cercana. Necesitamos cambiar este Estado paraguayo. Este no nos sirve. Éste se sirve de nosotros.