Aislado de las críticas y mareado de autoelogios, Mario Abdo Benítez suma y sigue.
Con el discurso repetitivo y delirante de siempre, saca a relucir las obras de su gobierno dejando de lado que su hoja de ruta está plagada de corrupción.
Su poca o nula capacidad de gestión y liderazgo le dieron el título de ser el hazmerreír de la política paraguaya, no quedándole de otra que aliarse con su principal detractor y dejar en sus manos poder terminar su periodo.
Su mandato, junto a sus colaboradores, no son más que objetos de burla para la ciudadanía, donde cada obra que se presenta con bombos y platillos, termina siendo una mezcla de risa e impotencia para los demás. Recordemos las arcaicas carretillas de madera para oleros, o cuando su entonces ministro del MAG inauguró un cajero, la vez que él mismo asistió a la inauguración de un puente de más de G. 1.500.000.000 con veinticuatro metros de longitud y de un solo sentido con semáforo y, sin dejar de lado, el recientemente presentado “Puente de la Cultura” del MOPC, una millonaria obra que solo generó cuestionamientos.
Pero no solamente está ocupado posando en obras inservibles y mal hechas, sino que le preocupa más twittear a Donald Trump que atender feroces incendios forestales, dejar en manos de un chico de veintiséis años la renegociación de Itaipú y mantener a incompetentes como Eduardo Petta.
Marito no sigue en la silla presidencial por mérito, sino por una suerte de enfrentarse ante una oposición agrietada y por un patrón que de momento le conviene usarlo de títere donde está.
Mientras tanto, tenemos a un presidente abrumado por fantasmas de juicio político, mal entorno y malas decisiones donde simplemente estaremos mejor si no hace nada.