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Cuidar la familia, esa otra campaña

La clase política suele verse envuelta en escándalos vinculados con la vida íntima de las personas, el poder amplía algunas cualidades, como decía esa editorial de la revista SexHumor “son esclavos de sus instintos orgánicos” y ya unos años antes Les Luthiers hablaba del Rey Enrique VI, que desde el trono buscaba satisfacer sus deseos “los más sublimes y los más perversos”.

El desorden en la vida privada solo trae crisis, en momentos claves algunos fuimos testigos de problemas internos donde cuestiones como las infidelidades generaban unas dificultades en los momentos más delicados en el marco de una elección. Y todo eso siempre fue evitable, pero a veces el exceso de poder genera la ilusión de control y es ahí donde se cometen muchos de los errores que terminan enterrando una candidatura. Y la crisis pasa por el desequilibrio que se genera desde adentro, no por la mirada externa.

En países conservadores y tradicionales como Paraguay se espera que la familia como núcleo de la sociedad también se vea reflejada en sus autoridades, aunque ya tuvimos experiencias con presidentes divorciados y hasta un obispo, por eso también depende de las coyunturas y las manifestaciones que se deben expresar al electorado. Esto nos da la pauta de que no se necesitan forzar las relaciones y que si vamos a insistir con vínculos destruidos, pero que en términos de imagen pública son útiles, se deben llegar a acuerdos que permitan un tránsito más orgánico.

La mirada crítica en los escándalos públicos sigue teniendo un sesgo sexista, la percepción sobre los casos dependiendo de si el líder es hombre o mujer, aun pesan, somos más amables con los primeros, ya que se naturalizan algunas situaciones. Y otro elemento a tener en cuenta es el contexto socioeconómico, si él o la líder están haciendo un trabajo de alto impacto sobre la ciudadanía, la noticia debería tener elementos como violencia y abuso para realmente generar un daño en la imagen pública.

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