El inicio de la Fórmula 1 se remonta al año 1950, en el que participaron escuderías como Ferrari, Alfa Romeo, Maserati y Lamborghini. Algunas, reemplazadas por McLaren, Williams, Red Bull, Renault, Honda, Mercedes y otras. El espectáculo de la categoría “estrella” mueve millones y millones de dólares en auspiciantes, pilotos, comisarios de carrera y toda la parafernalia de televisión y sponsors hasta en el último pedacito del casco del ganador de turno. Los diferentes equipos, cada nueva temporada, intentan tener el DREAM TEAM (Equipo soñado).
A esta altura, usted amable lector, se preguntará: ¿y qué tiene que ver esto con nosotros, si, en Paraguay difícilmente venga la Fórmula 1?. Salvando algunas diferencias, tanto desde lo público como lo privado, se aspira a tener el Equipo Soñado. ¿Cómo se logra? Con raras excepciones, que las hay, la corrupción se desplaza a toda velocidad con procedimientos ilegales, cómplices solícitos y mucha, pero mucha impunidad.
Desde hace ya un buen tiempo, nuestro calendario de carreras tiene tres grandes premios, donde disputan un asiento los principales pilotos de nuestro país. No importa si están un poco fuera de forma, algunas canas y con abdómenes prominentes. Conservan los reflejos intactos, envidia de cualquier buen piloto del Rally del Chaco.
Se corren en cualquier época del año, pero los Grand Prix soñados son: Itaipú, Yacyreta e IPS. Siempre abundan los inscriptos, pero solo califican los peores. En esto hay una sutil diferencia con la Fórmula 1. Pocas veces cambian neumáticos y por lo general se quedan con el coche para su uso personal o de sus familiares. Por supuesto, sus hijos siempre lo prueban algún fin de semana y van descubriendo el encanto del vértigo y las ventajas de seguir la carrera de sus progenitores.
Mientras que durante el 2020, en todo el mundo corrieron sin público por el COVID 19, aquí nos encargamos de regalar este maravilloso espectáculo de ganadores tramposos, para 7 millones de paraguayos y paraguayas, que semana a semana se sorprenden, con un nuevo resultado. La pandemia pareció estimular la creatividad y tuvimos carreras inéditas en nuestra historia. El Gran Premio Sanitario, con una bolsa de U$S. 1600 millones, le imprimió mayor velocidad a nuestra acostumbrada parsimonia y las competencias se sucedieron semana a semana por las mascarillas, insumos sanitarios, venta de agua potable y otros desafíos jamás imaginados por el mundo del deporte motor. Un lujo de competencia. Aparecieron en escena nuevos pilotos, que no dejaron pasar la oportunidad y hoy disfrutan de las ganancias obtenidas, sin que el Comisario Mayor de Carreras los haya descalificado. Por el contrario, guarda absoluto silencio y ya acostumbrado a dejar en un cajón un reglamento que se viola de manera sistemática. Todos y todas se aprestan para mejorar sus equipos hasta la inubicable Dalia López, que entró a boxes y nadie más supo de ella, ni el propio Ronaldinho.
Paralelamente hay competencias zonales, organizadas por Municipios y Gobernaciones, donde solo corren pilotos de segunda categoría, por premios menores, pero férreamente disputados. Otros pilotos suspendidos durante el 2020 son los hermanos Daher, Bogado, Cucho, Cuevas y una larga lista a quienes les retiraron sus licencias, y que buscan afanosamente la rehabilitación, dado que llevan muchos años empeñados en este oficio y no están dispuestos a perder lo invertido tan meritoriamente.
La llegada del 2021 arrancó con una aceleración pocas veces vista. La visita de pilotos venezolanos y argentinos estimularon la imaginación y no hubo navidades, año nuevo ni fiestas de guardar, que impidieran apoderarse de un triunfo ajeno y tratar de “hacer caja”, cuando el año aún se desperezaba.
En todos los circuitos del mundo siempre hay una pasarela que cruza la pista con el nombre de los grandes anunciantes de neumáticos, petroleras, tecnologías y caros relojes. Eso nos estaba faltando y arrancamos el año con la sorpresa de nuestra pasarela de oro, más cara que los soportes publicitarios de la Fórmula 1 (U$S 2 millones). La envidia seguramente corroe al Gran premio de Mónaco o al de Nürburgring. Ninguno tiene un puente de esta categoría, y menos con el “trabajado en ñanduti”.
La diferencia final entre el fair play (juego limpio) de la Fórmula 1 y nuestros grandes premios es abismal. Aquí prima el juego sucio, el todo vale y el Estado corrupto se muestra sin casco ni buzo anti flama para protegerse de un accidente, que nunca ocurre. Los pilotos mueren de viejos y con las manos llenas de grasa.