viernes, septiembre 19

Aprender de nuestras caídas / Félix Martín Giménez Barrios

En algún momento de nuestras vidas, todos hemos tropezado con nuestras propias
debilidades. Ya sea por errores de cálculo, limitaciones humanas o simplemente
porque no pudimos controlar nuestros impulsos. Hay que reconocer que las caídas
son inevitables, pero quizá, lo que ayuda a definir nuestro carácter no es el tropiezo en
sí, sino cómo nos levantamos luego de esos momentos malos. Aceptar que no somos
perfectos no es una derrota, es un signo de madurez, es cuando aprendemos a crecer.
Admitir nuestros fracasos es el primer paso para convertirlos en una lección.

Todas esas debilidades, paradójicamente, pueden volverse nuestras mayores
fortalezas con las que podríamos contar si es que somos honestos con uno mismo.
Algunas veces, en esos momentos de mayor desconsuelo, es donde solemos darnos
cuenta de nuestra verdadera capacidad de aceptación y resistencia. Tanto desde lo
individual como desde lo colectivo, contamos con ejemplos de personas que, tras sufrir
alguna clase de derrota, lograron reinventarse, volviéndose más sabios. La clave está
en no quedarse atrapado en la culpa o en la autocompasión, sino analizar qué salió
mal y ver cómo mejorar.

Podemos concluir que al final, la vida no se trata de evadir las caídas, sino de
aprender a caer para luego levantarnos con mayor determinación. Si es que tenemos
miedo, no es por débiles, es porque somos humanos y apreciamos la vida. Lo
peligroso no es fallar, sino negar esos errores y repetirlos por orgullo o por miedo. Si
reconocemos nuestras imperfecciones con madurez, podremos evolucionar en seres
más sabios y compasivos con nosotros mismos. Después de todo, el primer paso para
no tener nada que temer es justamente, reconocer que podemos fallar y eso está bien.