jueves, noviembre 6

3×3 (06/11/25)

POR: BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO

IPS: UN BARRIL SIN FONDO

La gran cantidad de recursos que administra el IPS, que no se compadece con la buena administración que se reclama de esa misma cantidad de dinero, pone en evidencia uno de nuestros más grandes problemas como sociedad. No hemos podido organizar un sistema de jubilación y de prestación de servicios sanitarios que funcione para la gente.

El IPS es de los patrones y de los empleados; sin embargo, el que coloca sus autoridades es el mayor moroso de la institución: el Estado paraguayo. Esa es una cuestión primera que habría que corregir, y para eso hay que cambiar la ley que ha fundado el IPS hace muchos años y que ahora es noticia por el dispendio de recursos que se hace, especialmente en una demostración clara de que los intereses privados están por sobre los intereses colectivos.

El banco del que era accionista el presidente Peña se ha llevado una muy buena cantidad de esos recursos, y con ellos va comprando todo lo que se le ponga enfrente.

Nadie sabe la garantía que tienen esos recursos a futuro y cuántos jubilados podrían quedarse sin eso si aquello explotara. Todo esto nos lleva a una cuestión de conclusión muy clara: el IPS, en realidad, es un monumento levantado a la corrupción, que es noticia de carácter permanente por las compras de bienes y servicios que son realmente llamativos por donde se los mire.

Se pagan millones de dólares por lavar la ropa, millones de dólares por guardias de seguridad en su predio, millones de dólares en servicios y en bienes que realmente nos demuestran que, hasta ahora, para lo único que sirve el IPS es para corromper, corrompernos y corromperse.


ADIÓS A LA TRANSPARENCIA

Uno de los logros que más había presumido Cartes durante su primer mandato —este es el segundo, de facto— era la ley de transparencia, el acceso a la información pública, la Ley 5284 del año 2014, que permitía que el artículo 28 de la Constitución se hiciera realidad y que permitiéramos a cada paraguayo conocer acerca de lo que hacen y de lo que ingresan cada uno de sus mandatarios, cada uno de sus empleados, cada uno de sus 350.000 funcionarios.

Pero ahora, con una ley de datos personales, tenemos que pedirles permiso a los 350.000 empleados nuestros para que nos digan cuánto ganan y, especialmente, en su declaración jurada de bienes, cómo es que han acumulado tanta fortuna con el dinero que ingresaban. Eso servía, en algunos casos, para una denuncia pública que generaba una cuestión vergonzosa en algunos casos y alguna que otra investigación de carácter fiscal, pero era un elemento importante para que aquello que mandaba la Constitución —de que las fuentes públicas deben ser libres y abiertas para todos y que una ley reglamentaría la manera en que se hacía realidad dicho artículo— ahora quede en segundo plano.

Lo que acontece ahora es que el Estado nos está diciendo lo mismo que le había dicho al ciudadano Vargas Telles, del municipio de San Lorenzo, cuando empezó todo esto, afirmando que era un impertinente por pedir información acerca de cuánto ganaban los empleados del municipio de San Lorenzo y qué hacían con sus recursos.

Estamos perdiendo ciudadanía, estamos afectando gravemente a la democracia, estamos volviendo a los tiempos oscuros de la dictadura, en donde los que tendrían que ser nuestros rembi jokuai (mandatarios) se convierten en nuestros mandantes, completamente opuesto a lo que debe ser una democracia.


LA FUERZA DE LA ORGANIZACIÓN

El triunfo del alcalde de Nueva York, Mandani, abre una serie de cuestiones en torno a la gran fuerza que tiene la capacidad de asociación y de organización.

En una gran ciudad, en donde se requerían como mínimo dos millones de votos para triunfar, Mamdani movilizó a 100.000 voluntarios durante casi nueve meses buscando organizar y convencer a cada uno de los votantes de que él era un buen candidato. En los tiempos de las redes sociales, en que todo el mundo no quiere encontrarse con nadie, 100.000 personas se encargaron de golpear puertas, de distribuir información sobre el candidato y de hablar con cada uno de los que tenían asignado hacerlo dentro de su comunidad. Con que cada uno juntara 15 votos, estaban teniendo 1.500.000 votos, que fueron los que finalmente le dieron el triunfo a Mandani, el alcalde más joven de Nueva York, el que viene a cambiar las cosas por completo en la ciudad del mundo en donde vive la mayor diversidad de seres humanos y en donde se acoge a casi 60.000 paraguayos.

Lo de Mandani es realmente una cuestión épica, una epopeya política, porque vuelve a las bases raigales de ella; vuelve a prometer aquello que los demás nunca se animaron a llevar adelante ni como promesa y vuelve a decirle a la gente que, en la política, lo que importa es trabajar de forma voluntaria sirviendo a la gente, juntándose con la gente, convenciéndola de un mensaje que realmente sea finalmente el que moviliza hacia el triunfo de un candidato determinado. Mientras aquí tememos al dinero y su capacidad de compra, en otros lados, como en Nueva York, vuelven a creer en la fuerza del voluntariado y en la capacidad asociativa.