Por Monserrat Bustelo – Marcelo Cabrol especialistas del BID
La brecha entre ricos y pobres ha sido una narrativa perenne del siglo XXI mucho antes de la pandemia del coronavirus. En América Latina y el Caribe, donde 1% de los más ricos se lleva el 21% de los ingresos de toda la economía, el doble de la media del mundo industrializado, la llegada de la pandemia ha exacerbado aún más las ya marcadas diferencias.
Por un lado, la brecha de género se ha ampliado. La participación laboral de las mujeres ha caído, en un 17,7% frente al 13,1% de los hombres, poniendo en evidencia que las mujeres ocupan trabajos en sectores más vulnerables. Los cambios provocados por el confinamiento también han puesto a prueba la conciliación familiar, dado que las tareas de cuidado recaen desproporcionadamente sobre las mujeres. A la vez, la violencia de género ha sufrido un incremento significativo este año, con aumentos de hasta un 28%, como en el caso de Argentina.
La raza y la etnicidad son también poderosos determinantes de las desventajas desde las cuales algunos grupos poblacionales enfrentan la pandemia. Por ejemplo, la tasa de mortalidad en Perú es ocho veces mayor entre los indígenas en el Amazonas que en el promedio de la población. En Colombia, la pandemia ya ha afectado a más de la mitad de los 105 pueblos indígenas en el país. Los afroperuanos sufren un 7% más de enfermedades crónicas que el resto de la población, mientras que la probabilidad de que una mujer negra en Brasil no sea atendida en el sistema de salud es 2,6 veces superior a la de un hombre blanco.