A más de un año de la finalización del periodo presidencial de Abdo, cada Ministro ya anda por su cabeza -como decimos en paraguayo-. Cada uno busca una oportunidad electoral y para eso las instituciones se resienten, y toda la estructura que administran también.
Eso pasa en los Ministerios de Justicia -que administran las prisiones-, pasa en la cancillería, donde el titular no sólo proclama su interés de un cargo público, sino que recibe actores político-partidarios.
Recuerden cuántas quejas se hicieron contra Argaña, quien desde el cargo de Canciller -que lo nombró Rodríguez- realizaba ya actividades orientadas a su lanzamiento como líder de un movimiento Colorado.
Lo concreto y cierto es que esto no demuestra la gravedad con que las cosas se manejan en el país, y esto en el recuerdo de los cinco años del intento de acabar con la Constitución, a través de una enmienda constitucional que permitiera la reelección de Cartes y que terminó en el incendio de parte del Edificio del Congreso y del asesinato de Rodrigo Quintana.
El comportamiento de nuestros líderes en las instituciones deja mucho que desear, y eso impacta con gravedad sobre el sentido verdadero de la democracia, de la república y del sentido fundamentalmente de la institucionalidad; del respeto a la institución que siempre permanece invariable y los hombres pasan.
Pero los que pasan dejan realmente muy maltrecha y cada vez más marginada la condición de esa institución frente a los ciudadanos.