Con frecuencia nos olvidamos de los “soldados” que están al servicio del país y dedican toda una vida a ello. La memoria, ya lo dijo Schopenhauer, es caprichosa y por eso solemos tener el máximo de memoria para lo que nos interesa y el mínimo para lo que no: no suele importarnos demasiado lo que sucede lejos. Actitud comprensible, aunque no justificable, cuando el caprichoso olvido nos impide realizar uno de los mayores actos de justicia: el agradecimiento. Por eso quiero expresar un elogio profundo a todos los paraguayos -aproximadamente 250- que sirven a la nación en el exterior. He sido testigo en los países donde he vivido -Italia, Colombia, España, México- de la calidad de la diplomacia paraguaya. Destaco en ella una capacidad de empatía, de criterio y de libertad sobresalientes, muy por encima de la media, solo al alcance de un país que tiene poco que perder a la hora de expresar con independencia su visión de la realidad política internacional, sin la presión de los intereses que tienen entre manos las grandes potencias. Y Paraguay lo hace sin miedo, sin perder el decoro y el honor.
Hay algo muy difícil en la tarea de un diplomático: manejar las prioridades de la seguridad internacional, así como también los cambios en los equilibrios de poder, incluso anticiparse a ellos. Los navegantes lo saben: si cambia el viento, hay que modificar el rumbo, si queremos llegar a puerto. Abordar los retos globales -vertiginosamente cambiantes- y manejar inteligentemente las amenazas existentes a la paz, seguridad y prosperidad de las naciones, requiere de la presencia de unos “soldados” con altas capacidades de empatía, argumentación, estrategia y comunicación, que permitan entablar un diálogo genuino y acordar una acción eficaz conjunta.
La diplomacia moderna no puede triunfar en sus objetivos con mensajes sofisticados, incomprensibles para la ciudadanía, sino con un ejercicio continuo de autenticidad, de apertura, de reconocimiento de que ningún país tiene el monopolio de la verdad ni de la virtud. Para que la misión de estos soldados pueda ser cumplida, la actitud primordial tiene que ser la de convencer con argumentos, no la de vencer con la fuerza. La violencia es el fracaso de la diplomacia. Los diplomáticos paraguayos son ejemplo de saber leer el mapa político, de saber escuchar, de saber dialogar con respeto, sin abandonar sus principios fundamentales. De esta inteligencia guaraní he sido testigo en múltiples ocasiones, la última en la actual Embajada de Paraguay en México. La conversación que mantuve con el ministro Arnaldo Ricardo Salazar -una de las visiones más lúcidas del complejo conflicto entre Ucrania y Rusia- ha sido una prueba más de los excelentes soldados que tiene la diplomacia paraguaya.