- Todos son iguales. Es la expresión clásica de la decepción ciudadana hacia sus políticos. Es un veredicto implacable sobre su mala fama. La democracia da oportunidades de alternancia en el poder, a todas las corrientes políticas. La gente se decepciona de unas y otras, tarde que temprano. Es un paso inevitable. Los que se la dan de incorruptibles hoy, son los corruptos del mañana. No falla. La gente apuesta siempre a que los gobiernos nuevos serán menos malos que los anteriores; pero la decepción es una fase inevitable de la esperanza. Y encuentra sentido en una sentencia popular: todos son iguales.
- No se les puede creer nada. La política es promesa: promesa incumplida. Y en la opinión pública, no hay matices. La palabra del político es frágil. Se convierte en una máquina de prometer. De justificar lo que no tiene pretexto. El pasatiempo favorito de la gente es no creerle a los políticos. Siempre advierte doble intenciones en sus discursos incomprensibles y aburridos. En palabras sobre palabras que ocultan la verdad. Que buscan decir mucho y entenderse poco. O nada.
- No hacen nada. La política es una colección de rutinas. Son servicios públicos y trámites que se ofrecen al ciudadano, pero que ya otros, con otros logos y consignas de gobierno, también ofrecieron. En el gobierno poco cambia y las necesidades nunca descansan. La gente no ve nada nuevo. Son los programas de siempre, solo recalentados. Servidos en otros platos, pero con los mismos sabores. La rutina de gobierno, no da méritos. Para ofrecer lo mismo y parecer que no lo es, se necesita audacia e imaginación. Y eso, no a todos se les da.
- Son los mismos de siempre. La política está gobernada por familias. Por parientes y grupos políticos que se apoderan del poder. Se lo reparten y asfixian la rotación de los políticos que no tienen familia o grupo influyente. La clase política se apodera de los gobiernos, los partidos y las cámaras legislativas. También de las empresas. Rotan entre sí, y dejan poca oportunidad a los nuevos. Sí: en todos los países y en todas las regiones, los políticos son los mismos de siempre.
- Viven de nuestros impuestos. Ese es un reproche al que tenemos derecho los ciudadanos, cuando los políticos no cumplen o están lejos de las expectativas que generan sus promesas. Es un reclamo justo a sus arrogancias y omisiones. A sus frivolidades. A los lujos que se dan y no se daban antes del cargo. Los políticos no deben olvidar que se deben comportar como empleados del pueblo, y no como sus jefes.
- Nunca vuelven. Los políticos suplican por votos cuando andan en campaña. Prometen que volverán una y otra vez, para cumplir sus promesas. Pero no vuelven. Se olvidan de sus compromisos y de su palabra empeñada. Les gana el glamour y la fama de sus cargos. Pero luego el político ha de volver al ruego de los votos, cuando busque nuevamente otro cargo. Y tendrá que encontrarse con los votantes que olvidó. Pero ellos no olvidarán que no volvió cuando debía. Y ahí sí, habrá llegado el momento de cobrar al político sus olvidos.
- Trabajan para la foto. La foto para la red, gobierna buena parte de la política. Al menos en las apariencias, que a veces tienen consecuencias reales. La pose se ha adueñado de la política. El político posa una y otra vez para la foto. Posa cuando saluda a la gente en el mitin, pero también en el gimnasio que pocas veces frecuenta. O cuando hace que lee un libro. Sus fotos favoritas, son con los desvalidos, para presumir con humildad falsa, su solidaridad. Todo pasa y todo queda, dice el poeta. También la pose y su frivolidad pasa, en una foto que queda.