Comenzamos a transitar la última semana del segundo año de pandemia. Con gritos de “veinte vete”, creados por una campaña publicitaria de un centro comercial, expulsábamos ilusamente al infame año que nos había traído la pandemia aquél 7 de marzo. Este año no hay “vete veintiuno” u otro jingle pegajoso, quizás porque la nueva cepa nos vuelve a someter a una incertidumbre o bien, hemos perdido ya la ingenuidad de que por el simple hecho de que cambiamos la fecha en el calendario, el virus va a abandonar nuestro planeta.
Han sido dos años muy dolorosos, donde en estas fiestas abundaron los lugares vacíos en la mesa, con la presencia en el recuerdo de aquellos que ya no están, no solamente por haber perdido la batalla contra el virus maldito, sino por todo lo que trajo con él, la soledad, la tristeza, la depresión, otras enfermedades y todas esas personas que nos dejaron de manera silenciosa como daño colateral, que no figuran en las estadísticas, pero sí han dejado un vacío enorme en nuestras vidas.
Mucho se habló de la nueva manera de vivir y otras frases que están más gastadas, pero los que sí deberíamos analizar y buscar camino a la nueva forma de aprender, a la nueva forma de tomar decisiones, a la nueva manera de reclamar transparencia y acción por parte de las autoridades. Ya no es un tema los 1.600.000.000 de dólares manejados de manera pésima durante el primer año de pandemia, los arreglos con amigos y la corrupción que presenta una impunidad de proporciones homicidas.
Se viene un año pre electoral y todas las energías de las estructuras de poder estarán fijadas en seguir aferrados a las conveniencias de los arreglos para unos pocos a partir de la necesidad de muchos. Ojalá que este 2022 nos encuentre sanos y listos para reclamar lo que nos corresponde como ciudadanos, una gestión gubernamental para todos y no para un puñado de personas que nos están arrebatando la salud, la educación y las oportunidades.