Los diputados se han decidido por primera vez en sacar a uno de sus miembros por tráfico de influencias. 80 miembros de una cámara bastante desprestigiada a lo largo de este tiempo, no han podido sostener a uno de ellos y le han soltado el brazo.
Me imagino que en este momento estarán temblando diputados como Tomás Rivas, como Ulises Quintana, como Miguel Cuevas, que no solamente han traficado influencia, sino que han pasado por la prisión y que durante el proceso que se sustancia contra ellos siguen sentados en sus curules, desde donde, por supuesto, pueden influenciar las decisiones del Poder Judicial, afectando a la equidad e igualdad en el trato de personas que están siendo justiciables.
Lo que tendría que hacerse en realidad es una situación mucho más gravosa contra todos estos y aprovechar el envión de Portillo y deshacerse de los mismos, que reitero, no son solamente tres, son mucho más. Una gran cantidad de miembros de la Cámara Baja, impresentables en su comportamiento cotidiano, no pueden continuar sentados en el mismo sitio sin ningún tipo de costo.
La democracia paraguaya requiere fuerza institucional, capacidad de reacción ante circunstancias gravosas en que toca la gestión, especialmente cuando se trata de hechos de corrupción que son muy frecuentes entre los 80 representantes regionales del Paraguay, que constituyen la llamada Cámara de Diputados.
El caso de Portillo debe ser simplemente el inicio y no el final. Y no tiene que ser simplemente una cuestión de vanidad o de orgullo crematístico, tiene que ser el comportamiento permanente y reiterado de un poder del Estado que tenga capacidad de purgarse de los elementos nocivos que tiene en su interior.