En la primera interna donde participó Santi Peña en una entrevista dijo dos cosas que movieron el avispero: una era que estaba a favor del matrimonio igualitario y otra que el tema del aborto se debía discutir.
Inmediatamente después se desdijo, asolado por las criticas dentro de su partido y los asesores que probablemente le dieron a entender que un electorado extremadamente conservador no permitiría que estos temas fuesen aprobados, y que sin lugar a dudas correría peligro cualquier candidato que no sea firme en estos temas.
El actual ministro de la Corte Suprema de Justicia y ex senador Víctor Ríos si habló sobre la unión civil entre personas del mismo sexo, con el fin de resguardar lo que económicamente construyeron estas parejas mientras ambos estaban vivos. Ante la pregunta sobre la “unión civil” (no matrimonio) igualitaria en una entrevista con Luis Bareiro, Santi se desfiguro, frunció el ceño y tiro por la borda todo lo que sus talleres de Tony Robbins le venían sumando desde que inició el proceso. Santi se enojó, y se incomodó ante la pregunta. Su respuesta fue en contra de cualquier cosa que ponga en peligro la tradición.
Acá no voy a discutir sobre las políticas vinculadas con los grupos LGTBI, no es mi pelea.
Pero si quiero rescatar lo que esta historia muestra: Santi no puede sostener criterios propios, tenía una postura progre el día que le hicieron una pregunta que no estaba en el manual de campaña y fue sincero, probablemente por sus experiencias en el extranjero donde estos debates están superados. Santi dijo lo que pensaba y luego se desdijo ante la presión. Si un “líder” puede perder pulseadas tan simples como estas ¿Cómo hará cuando le toque marcar políticas públicas que pongan en riesgo el modelo de negocio de quien hoy es su jefe?
Santi no tiene carácter, es un títere. Por eso se hizo el desentendido con el caso Messer, por eso un día dice que está a favor del matrimonio igualitario y al día siguiente hasta le deja de seguir a la comadre en Instagram.