Nos conocimos hace varios años. México fue el país donde nuestra relación comenzó, donde, desde que empezamos a hablar el clic fue inmediato y la conexión única. Vaya, como si nos conociéramos desde otras vidas. Compartimos todo. Miedos y frustraciones, almuerzos y meriendas, conciertos y viajes, cenas coquetas, fiestas en su casa o la mía y borracheras abismales. Siempre cuidando la una de la otra, amando como se ama a un hermano, queriendo sin condiciones y escribiendo a la par una historia que comenzó, por una hermosa casualidad.
Ella hacía que esta experiencia de migrante fuera mucho más ligera, que me sintiera contenida aunque no tuviera a la familia cerca. Estábamos tan presentes que no pasaban dos o tres días sin escribirnos, sin preguntar cómo vamos, sin estar al pendiente de la otra, y es que hasta nuestras reglas se sincronizaron. Padecíamos los mismos dolores, las mismas frustraciones físicas y emocionales, éramos “tal para cual”, el café con su pan tostado, el Robin a su Batman, la Thelma a su Louise. O al menos, así lo imaginaba.
No he podido identificar en qué momento se quebró nuestra relación o ¿quizás ya veníamos mal y no me había dado cuenta?. Tengo unas teorías del porqué, ¿tendrá ella las suyas?. Un día de primavera ella partió de la ciudad y poco tiempo después, en verano, me fui yo. Pero a diferencia de otras relaciones con amigas que, a pesar de los años y la distancia siguen firmes como el roble, ésta se desvaneció. Los días en que nos escribíamos se volvieron más espaciados, las llamadas monosilábicas y los mensajes sin chispa, sin ganas, por puro compromiso.
Nunca había sido tan consciente del dolor de perder una amistad y las emociones que se sienten. Hasta que sucedió. Quizás las expectativas fueron muy altas o ya estábamos condenadas al fracaso. Nunca lo sabré. Ese espacio de complicidad se había esfumado, ese refugio de contención desapareció y ese vínculo que alguna vez tuvimos dejó de existir. El concepto que teníamos de nuestra amistad se modificó y el valor que le dimos, dio un giro inesperado. Lo que algún día nos unió, dejó de ser relevante o se nos olvidó.
Hay amores fugaces y amigos para siempre, o viceversa. De lo que sí estoy finalmente consciente, es que en esta vida estamos obligados a pasar por diversos duelos, y no me refiero solamente a una pérdida física, sino a aquellas ausencias o distanciamientos con esas personas que alguna vez fueron tan importantes en la vida de uno. Como lo fue esta relación de amistad para mi.
La he vuelto a ver, unas cuantas veces. Pero ya en las últimas, con una risa medio fingida y un abrazo desganado, he notado que sí, esto no va más. Oficialmente, hemos terminado.