viernes, noviembre 15, 2024
36.8 C
Asunción

No hay derecho

Una fiesta de reencuentro, de amigos, esa ilusión de estar despidiéndonos de la pandemia que hace dos años somete al mundo entero, música, buen clima, diversión sana y un día que para muchas personas significó mucho esfuerzo estar ahí, con la promesa de pasar un encuentro inolvidable.

Lo de inolvidable se cumplió, tanta alegría interrumpida por confusión, por suposiciones, sin entender muy bien lo que pasaba. Gritos de desesperación y movimientos que no se terminaban de comprender, información que no era precisa, una estampida humana y el sentido de supervivencia al máximo, tratando de sobrevivir ante causas y enemigos desconocidos.

El episodio vivido este fin de semana lo hemos visto miles de veces en series, películas y documentales, pero nunca nos había tocado escuchar los estruendos, los gritos de dolor, el olor a pólvora en el aire, la conmoción de no comprender lo que pasa y esa sobredosis de estímulos que, entre tanto ruido, se genera un silencio extraño y uno solamente escucha los latidos de su corazón.

¿En qué nos hemos convertido? No podemos hablar de un hecho aislado cuando más de 25 personas han sido victimas de sicariato solamente en los primeros días de este 2022 que traía consigo esperanzas. No podemos pretender asumir que simplemente fue una falla en la seguridad, porque las fallas fueron varias y a diferentes niveles. No se puede concebir que, a través de redes sociales los vecinos socializaron hace semanas de un potencial riesgo y que la única que no se dio por enterada fue nuestra policía nacional.

El insomnio colectivo y los ataques de pánico quedarán presentes en todas las personas que vivieron estos momentos, la sensación de que se termina un problema y aparece otro, que falta poco para que dejemos de morir de COVID-19, pero que ahora en cualquier momento, en cualquier lugar, una joven madre puede dejar la eterna pregunta a sus tres hijos pequeños de ¿Qué le pasó a mamá? Y que la respuesta sea tan difícil y dolorosa de explicar.

No hay derecho que la gente de bien se tenga que resguardar, no hay derecho que el temor se nos tenga que apoderar, no hay derecho de que el que mata pueda salir a pasear, divertirse y destruir una familia en segundos de manera impune, no hay derecho de que un jefe de Estado, al enterarse del atentado y encontrándose en la misma ciudad de los hechos, optó por continuar con la fiesta privada de su esposa.

No hay derecho a tanta insensibilidad.

Más del autor