“Tengo 76 años, pero con la energía de 30 y la libido de 20”. Así se define el exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva, quien este sábado presentó su candidatura a la Presidencia de Brasil, después de un lustro en el disparadero por sospechas de corrupción hoy archivadas.
El popular líder progresista, favorito para las elecciones del próximo 2 de octubre, dijo que desea volver al Palacio de Planalto, sede del Gobierno, para “reconquistar la democracia y recuperar la soberanía”, “atacada” y “amenazada” por el Gobierno de Jair Bolsonaro.
“Somos el gobierno de la esperanza”, afirmó el expresidente en un acto en la ciudad de Sao Paulo, donde también presentó la coalición “Vamos Juntos por Brasil”, a la que se han sumado prácticamente todos los partidos políticos del espectro de la izquierda.
Lula, provisto de un carácter pragmático y un estilo jovial, disputará sus sextas elecciones presidenciales de la mano del Partido de Trabajadores (PT), que él mismo fundó en 1980 y sigue dirigiendo desde entonces sin que nadie le haga sombra.
Tiene entre ceja y ceja derrotar a la ultraderecha que encarna Bolsonaro, su mayor adversario político, y “reconstruir” el país colocando al “pobre en los presupuestos” del Estado.
Para conseguirlo, pretende despertar en el electorado el recuerdo de sus dos mandatos, en los que impulsó la economía con crecimientos extraordinarios y sacó de la pobreza a 30 millones de brasileños. Cuando entregó la Presidencia, su popularidad era del 87 %.
GIROS INESPERADOS
Sin embargo, hace pocos años era difícil imaginar el regreso a la arena política del ex tornero mecánico, que ha pasado del mayor ostracismo político, que incluye 580 días en prisión entre abril de 2018 y noviembre de 2019, a ser la esperanza electoral contra la ultraderecha.
Las sospechas en su contra se multiplicaron desde que apareció en escena la ya extinta operación Lava Jato, que destapó a partir de 2014 una vasta red de corrupción en la petrolera Petrobras, la joya de la corona entre las empresas estatales del país.
A partir de ahí, los fiscales le pusieron en su punto de mira, con la apertura de un rosario de causas judiciales que fueron a parar a las manos del entonces magistrado Sergio Moro, que le condenó y ordenó su ingreso en prisión.
Durante su encarcelamiento, en la sureña Curitiba, vio cómo las autoridades electorales vetaban su candidatura presidencial para las elecciones de 2018, que ganó Bolsonaro; recibió una segunda condena por corrupción y perdió a un nieto de 7 años por una meningitis.
Lula siempre negó las acusaciones y dijo ser víctima de una “persecución judicial”.
El 8 de marzo de 2021 cambiaría su suerte. Ese día un juez de la Corte Suprema anuló las dos sentencias de cárcel contra el ex jefe de Estado, lo que le permitió recuperar sus derechos políticos y le abrió las puertas de carrera presidencial de cara a este 2022.
A partir de ahí, los tribunales empezaron a fallar a su favor, dando carpetazo a las investigaciones con la misma velocidad con las que fueron abiertas.
EL ORÍGEN DEL PRESIDENTE OBRERO
Nacido el 27 de octubre de 1945, en la árida localidad de Caetés, estado de Pernambuco, en el nordeste de Brasil, vivió la pobreza durante los primeros años de su vida.
Séptimo hijo de Aristides Inácio da Silva y Eurídice Ferreira de Melo, Lula nació en una casa sin luz ni alcantarillado.
Se crió con su madre pero sólo hasta que tuvo 7 años conoció a su padre, un campesino analfabeto y alcohólico que emigró al estado de Sao Paulo semanas antes de que él naciera.
Su precaria situación no le impidió convertirse en el primero de la familia con un título de formación profesional, el de tornero mecánico.
Con el tiempo se zambulló en el mundo sindical en la región metropolitana de Sao Paulo, desde donde lideró un combativo movimiento obrero que organizó históricas manifestaciones en plena dictadura militar (1964-1985).
Luego daría el salto a la política. Fue diputado federal y candidato presidencial en 1989, 1994, 1998, 2002 y 2006. Sólo ganó las dos últimas. En octubre lo intentará de nuevo.
FUENTE: EFE