Un aforismo muy popular en la primera mitad del siglo XX afirma que no hay que dar por el pito más de lo que el pito vale. Lo puso en vigencia una actriz rioplatense, excelsa intérprete de tangos, Tita Merello. La frase se puede tomar en cualquier sentido, desde su connotación sexual a la puramente mercantil sin que deje de significar lo mismo: no atribuir a un hecho más importancia de la que tiene.
Es hora de que en la política las cosas vayan ocupando su lugar y dejen de fastidiar y robar tiempo valioso a la gente. Es el caso de un diputado de la bancada oficialista cuyo desafuero fue solicitado, y concedido, a partir de una imputación que le ha sido planteada en el fuero penal por supuesto lavado de dinero y asociación criminal.
El episodio tiene dos caminos de acción. Por un lado, la causa avanza en sus diferentes etapas y se confirma que el imputado es claramente culpable de los cargos que le son formulados. En ese caso, no se hablará más de diputado ni de dirigente político sino de un convicto simple y llano cumpliendo sentencia.
O por el contrario, ninguna de las imputaciones alcanza la categoría de acusación formal por falta de pruebas contundentes. En tal tesitura, el indiciado saldrá limpio del proceso, recuperará sus fueros y sus privilegios de legislador para ser reinstalado en su curul.
Definitivamente, lo que espera el ciudadano común es que la clase política deje de mezclar categorías y lo revuelva todo al punto de ser difícil muchas veces saber de quien se está hablando: si de un político acusado de un delito común o de un delincuente común que se ha encaramado en las instituciones políticas de la República.
Este revoltillo lo tenemos que soportar a diario sólo con asistir por Internet a alguna sesión en directo del Congreso. La comodidad que brinda el reglamento interno de las cámaras de no aludir al adversario ocasional por nombre y apellido anima a los valentones (y a las valentonas) del Youtube a acusar a cualquiera de cualquier cosa. Ellos saben a qué se refieren pero el público que tropieza ocasionalmente con esos debates escucha tremendos cargos llenos de agravios y vituperios sin comprender de qué se trata.
El debate político no debería ser un vertedero a cielo abierto en donde por resentimiento, enemistad o encono personal se pasan facturas sin importar el enorme daño que se ocasiona, en confianza y credibilidad, a las instituciones republicanas.
Cada cosa en su lugar: la política en sus recintos naturales… y la crónica policial y judicial en las páginas rojas.
Basta de mezclar todo.
