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La virgen María convoca a los laicos para encarnar la palabra

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Homilía completa del Monseñor Ricardo Valenzuela 8 de diciembre del 2022

Estas palabras de Cristo, tomadas del evangelio de san Lucas, ponen en el centro de nuestra celebración la figura de María santísima, figura del perfecto discípulo y de la santa Iglesia. Respondiendo a la exclamación de una mujer del pueblo, Jesús hace una afirmación que, a primera vista, revela la verdadera grandeza de la Virgen: María es realmente dichosa, no sólo porque engendró y crio a Jesús, sino porque acogió con fe la voluntad del Señor y la puso en práctica. Esta es la auténtica grandeza de María y es también su bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe, que abre la vida del hombre a la acción del Espíritu Santo y la hace fecunda con frutos benditos para la gloria de Dios.

En esta figura, se refleja hoy en nuestras comunidades diocesanas, la Iglesia que está en Paraguay. Se refleja en María como en su modelo sublime, y la contempla con la esperanza de que se apliquen a ella las palabras que Jesús pronunció un día: «¡Dichosa tú, que escuchas la palabra de Dios y la practicas!».

Según la enseñanza del concilio ecuménico Vaticano II, es necesario conservar y valorar este rico patrimonio de piedad popular mariana para que, a través de la Virgen santísima, también las nuevas generaciones encuentren a Cristo, único Mediador entre Dios y el hombre, y en él encuentren la salvación.

¿Qué puede significar, en concreto para nosotros, el compromiso de escuchar y cumplir la palabra de Dios? Significa, ciertamente, leerla y meditarla en la Biblia, pero también escucharla y ponerla en práctica según la mediación que hizo de ella.

Esto es importante para crecer en la unidad y en el espíritu misionero, siguiendo las directrices de la Iglesia. Ojalá estemos cada vez más unidos entre nosotros y, al mismo tiempo, abrirnos a los amplios horizontes de la evangelización, por ello, debemos interesarnos por todos los que todavía no han encontrado a Cristo y a la Iglesia, pues ahí está nuestra misión.

Tengamos siempre presente las palabras de Cristo: «En esto conocerán todos que son mis discípulos: si se aman los unos a los otros» (Jn 13, 35). En la comunidad eso implica llevar cada uno las cargas de los demás, compartir, colaborar y sentirse corresponsables. Todos, obispo, sacerdotes, religiosos/as y laicos; asociaciones, movimientos y grupos, están llamados a crear ese estilo de comunión. El primer ámbito en el que es preciso formar comunidad es la parroquia: las parroquias, como telas de ñandutíes, componen la comunidad diocesana; y la diócesis, por su parte, está insertada en el organismo vivo de la Iglesia universal.

La Iglesia como María, ofrece la Palabra Viva a los fieles, para que se alimenten de ella, la hagan parte de su vida y su tierra cambie, se haga bella y dé muchos frutos. Por ello, la Iglesia invita a los laicos a salir a las calles, de entrar en cada rincón de la sociedad, de llegar hasta los límites del barrio, de la ciudad, y socorrer al que sufre… esta es la Iglesia de Dios, que se levanta para salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la mano, para sostenerlo, animarlo o, simplemente, para acompañarlo en su vida. Que el mandato del Señor resuene siempre en ustedes los laicos: “Vayan y prediquen el Evangelio” (cf. Mt 28,19), hasta el confín del Paraguay.

2) El Sínodo Eclesial está en marcha. Con toda la Iglesia en el mundo, Paraguay en sus 18 diócesis y vicarías participó en esta fase diocesana del Sínodo 2021-2023: “Por una Iglesia sinodal – Comunión, Participación y Misión”. Fue un tiempo intenso de reuniones, trabajos, conversaciones y procesos en las parroquias, en las Comunidades de Base, a nivel diocesano, con el acompañamiento del equipo nacional de animación.

Así la Iglesia este año ha cumplido la primera etapa, la de escucha, del camino sinodal convocado por el papa Francisco y se ha presentado la síntesis del primer año de este proceso que culminará en 2023, y que responde a los anhelos del Santo Padre de una Iglesia en salida, que camina con el pueblo.

Nos hemos reunido sinodalmente como discípulos de misioneros para discernir juntos la voluntad de Dios con su Iglesia en Paraguay, en el horizonte de las dos fechas significativas, 2031 (500 años de la aparición de la Virgen de Guadalupe) y 2033 (2000 años de la Resurrección de Jesús), para formular las orientaciones pastorales prioritarias que animarán nuestro caminar común para los próximos años.

Para llegar a este momento se ha recorrido un largo camino de preparación, y esto es hermoso, caminar juntos, hacer “sínodo”, compartiendo ideas y experiencias desde las distintas realidades en las que están presentes, para enriquecerse y hacer crecer la comunidad en la que uno vive.

El Documento sinodal será comprensible y útil si se lee con los ojos del discípulo, que lo reconoce como el testimonio de un camino de conversión hacia una Iglesia Sinodal que, a partir de la escucha, aprende a renovar su misión evangelizadora a la luz de los signos de los tiempos, para seguir ofreciendo a la humanidad un modo de ser y de vivir en el que todos puedan sentirse incluidos y protagonistas. En este camino, la Palabra de Dios es una lámpara para nuestros pasos, que ofrece la luz con la que releer, interpretar y expresar la experiencia vivida.

3) De manera particular, las síntesis de la fase diocesana del Sínodo, hace hincapié en la atención a la familia y la promoción de modo cada vez más orgánico de la pastoral familiar. La familia es el elemento fundamental de la vida social y sólo trabajando mucho y bien con las familias se puede renovar el entramado de la comunidad eclesial y la misma sociedad civil. Por ello, pedimos la intercesión de María, para que juntos invoquemos una renovada efusión del Espíritu Santo sobre las familias de nuestro país, para que escuche siempre la palabra de Dios y la ponga en práctica.

La familia paraguaya necesita de valores debido a que hoy el problema es antropológico y no podemos volcar en la moral lo que no entendemos que SOMOS NOSOTROS. Por eso debemos redescubrir quiénes somos para dar desde allí muestras de esa dignidad a través de los Valores.  Porque mirarse por dentro, revisar su realidad, sus valores y sus límites, sin miedo porque el miedo paraliza y no nos permite avanzar en el camino. Sabemos que persisten entre nosotros las fuerzas del mal y del pecado, que minan y destruyen nuestra convivencia ciudadana y afecta a la comunidad de fe. De hecho, la pérdida del sentido ético y del bien común, los distintos ámbitos de corrupción aún imperantes, la dinámica de la droga y su tráfico, las situaciones de extrema necesidad de los campesinos y obreros, los atentados contra la vida de tantas personas inocentes e indefensas, claman por la liberación integral del hombre paraguayo, redoblamos nuestro llamado a asumir posturas que ayuden a erradicar dichos males que hieren a la familia. Pero ese hacer el bien que en el fondo todos deseamos en el corazón no se puede convertir en realidad si no redescubrimos nuestra dignidad de PERSONAS, de hijos de Dios. Debemos ser valientes para asumir nuestra parte de responsabilidad en los males que hieren a esa institución fundamental de la sociedad y del estado que es la familia, pues como vemos está fracturada.

La familia está fracturada, porque no tenemos raíces profundas de fe. Está fracturada, porque tenemos volteados nuestros valores y prioridades, trabajamos sin descanso por una casa, un auto, unos bienes perecederos, y ponemos nuestro corazón y nuestras metas en esas cosas pasajeras y superfluas, porque ha dejado de alimentarse de la savia de las raíces profundas de su fe. Aquel primer Anuncio del Evangelio que se sembró en los albores de nuestra Nación y germinó como planta Buena en la cultura paraguaya, con frutos buenos de tantos testimonios de familias con amor a la vida, sacrificadas, capaces de perdón, de alegría, de yopói comunitario. Hoy se pierde en el modelo de vida materialista que vamos adoptando y requiere un valiente examen de conciencia. La familia está fracturada porque tenemos volteados nuestros Valores y Prioridades… Es cierto que Dios quiere que sus hijos vivan bien, pero ese vivir bien no se puede medir solo desde lo material, también requiere desarrollarnos como personas, como comunidad, en la dimensión espiritual y social.

La familia está herida porque no inculcamos a nuestros hijos el amor a Dios y al prójimo, porque no aceptamos que nuestros hijos sean personas con defectos y necesitados de corrección. Porque no toleramos que se les llame la atención, y nos comportamos como fieras cuando alguien los llama al orden. Estamos heridos, porque le huimos a la palabra sencillez, porque no aceptamos la austeridad ni la pobreza, porque creemos que tenemos el derecho de ser servidos, pero no nos gusta servir. Porque criamos hijos orgullosos y soberbios al haberles puesto el mundo en bandeja y les robamos la capacidad de aceptar la frustración y la dificultad.

La familia está herida porque no sabemos perdonar, le creemos más a la enseñanza del mundo que a las promesas de Dios que ha creado todo con orden y belleza. Y al perder la armonía con el Creador se nos pierde la capacidad de perdonar, ya no sabemos hablar sin herir al otro, porque le pedimos a los nuestros una perfección que no tenemos. Porque caímos en la trampa de considerar el matrimonio algo desechable y a los hijos como frutos de nuestra mera voluntad, no como dones preciosos de Dios.
La familia está herida, porque sacamos a Dios de nuestro corazón, porque relativizamos la verdad, porque nunca hay tiempo para orar, porque aceptamos y normalizamos la infidelidad, el maltrato verbal y físico, porque humillamos a nuestra esposa o esposo delante de nuestros hijos o nuestros amigos. Porque guardamos silencio ante el pecado y la maldad.

Definitivamente, es tiempo de ser mejores familias, reflexionar sobre qué significa SER FAMILIA, es tiempo de reconocer humildemente nuestros errores, es tiempo de dar lo mejor de nosotros mismos y para eso necesitamos la GRACIA de DIOS. Un Dios que no nos Juzga por las apariencias, ni nos pide algo que antes no nos da Él primero. Porque Dios es Bueno, Dios es Amor de Verdad.
Es tiempo de abrir las puertas de nuestros hogares de par en par, para dejar entrar a Dios.
Es tiempo de dedicarle tiempo a nuestros hijos, de decirles «aquí estoy«,  de enseñarles más que con palabras con obras, que aunque la vida sea dura, siempre podrán contar con nuestra ayuda.
Es tiempo de volver al amor, de llenar las tinajas de vino que se agotaron cuando le dijimos a nuestras esposas que estaríamos con ellas en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de nuestra vida.

Es cierto que desde fuera están atacando a la familia como institución básica, con el poder político, con el poder financiero, con las ideologías, pero de esa chispa, comienza el fuego con las hojas secas que les dejamos en el camino a los que amenazan nuestra cultura, nuestra identidad. Si nosotros fortalecemos a diario nuestro hogar y le pedimos a Dios que sane nuestras heridas familiares, y buscamos la reconciliación, volveremos a fortalecernos como paraguayos y no podrán con nuestra nación, no podrán destruir la obra de Dios en nuestra familia.

El futuro depende, en gran parte, de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel fundamental es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz, y sobre todo debemos dejar a Dios REINAR con su AMOR gratuito en nuestro hogar. San Pablo nos implora: “Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito”. (1 Corintios 1:10). Por tanto, mira hacia adelante y si ves que tienes un lugar a donde ir, eso se llama Hogar. Si tienes personas a quien amar, se llama Familia, y si tienes ambas se llama Bendición. Pidamos a Dios de corazón esa bendición. Que así sea.

 

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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