Mucha gente no entiende la crisis por la que está pasando el “todopoderoso” Fútbol Club Barcelona, el Club que llegó a liderar, por resultados y por juego, el fútbol mundial con unos niveles de excelencia solo alcanzados por el Bayer. El momento más mediático de esta escandalosa decadencia “culé” tuvo lugar el 5 de agosto del 2021 cuando se hizo oficial que su gran estrella, Leo Messi, abandonaba el Club por la crisis económica que atravesaba la entidad, en bancarrota técnica, situación que hacía imposible al Club seguir asumiendo el costo de la ficha del mejor jugador del mundo.
A la crisis económica, se ha unido la crisis de resultados: al terminar esta temporada, el Barcelona cumplirá tres años sin ganar la Liga española y siete años sin levantar la copa de la Champions League, a pesar de contar con jugadores de excepcional valía. Junto a los problemas financieros y deportivos, se ha yuxtapuesto la crisis de valores, que se fueron forjando en el pasado y haciendo evidentes en los últimos años sobre todo a nivel directivo. El presidente del Barcelona, Joan Laporta, se escuda en que es víctima por haber recibido una herencia funesta de la anterior directiva, presidida por Josep María Bartomeu, lo cual es en parte cierto. Sin embargo, consideramos que el actual presidente también es responsable de haber tomado decisiones contrarias a la ética y al buen gobierno corporativo, por ejemplo, al haber hecho política con el deporte violando principios de la FIFA; al haber cambiado el Código de Ética del Club con la finalidad de colocar en un puesto de responsabilidad a su hermana Maite; al haber maltratado al anterior entrenador del Barcelona, Ronald Koeman, con reiteradas faltas de respeto, desconfianza, algunas mentiras y humillaciones, inmerecidas para cualquier ser humano y mucho menos para una leyenda del Club como es el holandés.
A nadie deseamos una crisis, y mucho menos una larga travesía en el “desierto”, pero la historia reciente del Fútbol Club Barcelona nos deja una poderosa lección: se puede morir de éxito y esta triste decadencia llega de manera forzosa, inevitable e incluso justa, con más facilidad de lo que a veces somos conscientes, cuando se pierden o se traicionen los valores: es sólo cuestión de tiempo.