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Intolerable falta de respeto

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No debatir es un insulto al ciudadano a la espera de ir a las urnas.

¿Quién les dijo a los candidatos en carrera presidencial que los asiste el derecho de negarse a debatir públicamente sus planes de Gobierno ante la ciudadanía?

La pregunta puede parecer retórica, es decir, que encierra en sí misma la respuesta. No importa si fue Juan, Pedro o Nicomedes el que se niega a exponer su cara ante las cámaras de la televisión y sacar a relucir -si lo tiene- el plan de Gobierno en base al cual está pidiendo el voto ciudadano. Encerrarse en el silencio es una burla ante anuncios marketineros hechos ya a lo largo de esta campaña tan revuelta como insustancial.

¿En serio van a rebajar la tarifa de la ANDE? ¿Cómo piensan sostener un Estado famélico reduciendo impuestos? ¿Qué diferencia hay entre tercerizar servicios y privatizarlos? ¿Tiene o no una política definida de hidrocarburos como para apoyar la explotación del gas natural existente en el subsuelo chaqueño? ¿Qué peso ocupa la educación en el plan de trabajo del aspirante a Presidente de la República?

Generalmente, los debates presidenciales ya no dependen de la pericia y experiencia del moderador sino de los temas que los candidatos hayan aceptado debatir. Esto es así en todas partes. Pero según el ambiente y la tradición, algunas sociedades políticas abren tiempos de repregunta y respuesta a fin de que el candidato termine por ventilar temas que se resiste a analizar públicamente.

Uno de los valores centrales de un buen debate es dejar expuesta -tanto en palabras como en lenguaje corporal- la verdadera personalidad del candidato, cotejar su capacidad para eludir encerronas dialécticas y hacer brillar, por encima de cualquier jugarreta adversaria, el núcleo central de su propuesta electoral.

El «modelo paraguayo» de debate presidencial es uno de los más rigidos en uso en las democracias latinoamericanas. Pero es lo que hay y es mejor que nada. Implementarlo implica que los candidatos acepten las tendencias de las encuestas más independientes (si eso es posible) para establecer el orden en que los participantes habrán de ser interpelados. Y como en este punto rige aquello de «cada maestrillo con su librillo» (cada candidato con su encuestador preferido), acordar es muy complicado y depende, sobre todo, de la habilidad de los organizadores.

No debatir es optar por la opacidad. Hacerlo es dar el primer paso hacia la transparencia de la gestión que se iniciará el 15 de agosto.

RESUMEN
No debatir es optar por la opacidad, algo que de inmediato debe poner en guardia al elector. Aceptar el debate es dar el primer paso hacia la transparencia de la gestión que se iniciará el 15 de agosto.

 

 

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.