La lucha por contar la verdad ha sido siempre una de las preocupaciones filosóficas desde que el ser humano habita la tierra. Varios escritos hablan de ese proceso siempre difícil, traumático, complicado de decir las cosas como son; no necesariamente el que lo haga es alguien popular y que merece el aprecio de la gente. La mentira es parte de la contraposición de este argumento, y eso ocurre mucho en el ámbito de lo político, en la ciencias jurídicas, en el periodismo, en la medicina, en cualquier actividad profesional donde decir la verdad siempre resulta bastante incómodo.
Hay muchos, en tiempos electorales, que quieren que les mienta y saben que el que lo hace es un mentiroso, pero sin embargo, lo vuelven a votar y vuelven a confiarle la responsabilidad del cargo público durante una cantidad de años.
En cambio, en otras actividades como el periodismo, el que viste una mentira carga las consecuencias, perdiendo la adhesión de ese lector, oyente o televidente.
En este mundo de la posmodernidad, donde aparecen las redes sociales, ahí sí que es todavía más compleja la búsqueda de la verdad. La aparición de noticias falsas, montadas, establecidas con grupos de personas que controlan desde sus granjas las verdades que quieren que se conozcan es una muestra más de lo que acontece en los tiempos actuales.
Si todo esto lo miráramos en una dimensión importante, diríamos que el Paraguay se encuentra de nuevo ante la necesidad de elevar los niveles de capacidad, de consciencia, de conocimiento de la gente, para que con una buena educación pudieran discernir lo falso de lo verdadero, lo correcto de lo incorrecto, y consiguientemente buscar con eso tratar de alcanzar la verdad.
La constitución paraguaya habla de una prensa que deba actuar con verosimilitud, que significa hacer todos los esfuerzos para alcanzar la verdad.
