Algunos norteamericanos todavía creen que Trump podría tener nuevas oportunidades en los próximos comicios, pero se acrecienta la figura de grandes estadistas de este país y entre ellos alguien que aquí lo reconocen por sus iniciales: FDR.
Franklin Delano Roosevelt fue el timonel en medio de las más grandes adversidades que tuvo esta Nación a comienzos de los 30 del siglo pasado.
Tuvo que capear la gran depresión que dejó a millones sin casas ni comida y en medio de las adversidades sociales y económicas más profundas metió a su país en la Segunda Guerra Mundial luego de haberse rehusado en sus inicios.
El ataque japonés a Pearl Harbor fue el claro pretexto del tamaño del conflicto en que vivía el mundo y que no podía hacer que se conformara en hacer de los EEUU “el arsenal de la democracia”.
Tuvo que enviar miles de hombres a Europa, Asia y donde el conflicto lo convocaba. Todo lo que hoy se conoce de este país es hijo del periodo administrativo de FDR y su impronta sigue marcando a fuego la tradición política de los EE.UU.
En Hyde Park, en las afueras de New York se encuentra su casa-museo recostada sobre el río Hudson de cuya vista disfrutaba en la mansión donde residía.
Era un hijo de la riqueza de EE.UU., pero cuando la necesidad, la pobreza y la angustia rodearon incluso la cercanía de la Casa Blanca en Washington DC como los pobres nuestros alrededor del Congreso, se remangó y planteó el New Deal (el nuevo pacto) que involucró a todos los norteamericanos para salir de la postración a la que llegaron las víctimas de los banqueros y malos políticos que tuvieron.
La figura de FDR es colosal. La entrada a su museo y biblioteca con una inscripción que resume su pensamiento como político: “ el test de nuestro progreso no radica en darle más a los que lo tienen en abundancia, sino en proveer lo suficiente para los que tienen poco”.
Trabajó tesoneramente en disminuir la brechas de la desigualdad y la injusticia logrando éxitos sorprendentes sostenidos en la poderosa industria bélica que se montó para generar empleos y suministros en los frentes de combates.
Estableció políticas de subsidios a varios sectores marginales de una sociedad todavía en esos tiempos de alto sesgo racista. Encontró en su esposa Eleanor una compañera ideal que lo ayudó a conectar con los sectores pauperizados de la gran depresión y antes de ella.
A pesar de que no compartían lecho matrimonial crearon una poderosa dupla en el poder. FDR fue reelecto tres veces y tuvieron que prohibir más de una reelección luego de la experiencia que dejó a su paso por el poder. Gobernó 13 años y murió a consecuencia del polio, una enfermedad que en su tiempo no tenía cura y que lo forzó a vivir toda su vida con grandes dolores y perturbaciones.
Tuvo que caminar sostenidos en pesados aparatos donde parado con dificultad mostraba el temple y la estatura de alguien que se sobrepuso a todo incluso a la dolorosa enfermedad que padeció. Fue un político muy querido que hoy no hay calle en alguna ciudad de los EE.UU. que no lo recuerde con su denominación.
La palabra estadista u hombre de Estado se aplica a pocos ejemplos en el mundo en el ámbito político y nada define mejor que la vida y el carácter de alguien con esa denominación que el que antes fue gobernador de New York y primo lejano del otro Rooselvelt, Teddy, quien gobernó a finales del siglo XIX.
FDR fue un hombre de su tiempo. Un gigante que se sobrepuso a todo y erigió un país nuevo como legado. Demasiado en estos tiempos de enanos políticos sin ninguna referencia de la grandeza que supone conducir los destinos de una Nación.
Benjamin Fernandez Bogado
Desde New York
Enviado especial de El Independiente