Estoy sentada frente al computador con una infinidad de notas en mi cuaderno. Apuntes que fui recogiendo a lo largo de estos meses en trenes, aviones, en mi cuarto de estudiante o algún sitio donde el olor a café abrazaba y el ruido de la gente aturdía. Ideas que finalmente están listas para ver la luz. Este es pues, ese incierto momento dónde se conjugan ecos de nostalgia de vidas pasadas, grietas abiertas de un corazón que va terminado de sanar, ausencia repentina y el futuro incierto que se avecina. Tengo unas ganas locas por contar todo lo que me ha pasado en estos nueve meses. Mis manos se mueven rabiosamente sobre el teclado negro del ordenador copiando y pegando esas palabras claves que fui trazando en mi cuaderno amarillo. Busco unir letras que puedan expresar tantas ideas, mil historias acumuladas en este tiempo de “fuga” elegida. Seré honesta, no sé por dónde iniciar. Pero de algún punto será.
Comienzo diciendo la más lógica de las reflexiones: para saber escribir hay que leer. Y en este tiempo es lo que hice. Leí revistas en salas de espera, periódicos olvidados en trenes y parques públicos, leí libros regalados y otros con delicioso olor a tinta, leí en mi cama y en inmensas bibliotecas, leí en un nuevo aparato: el kindle, esa tableta que se ha vuelto una extensión de mi ser. Un dispositivo electrónico que me llegó de regalo y me produce sentimientos encontrados, pues ahora leo a mis autores favoritos en una pantalla. Me siento una traicionera la verdad. Pero comprenderán que la vida de estudiante requiere cuantiosos ajustes de presupuestos y esto implica renunciar a ciertos placeres. Comprar libros en línea me ha salvado un poco la economía, no les miento. Cada euro ha sido administrado con minucioso juicio y mis finanzas sometidas a auditorías extremas por quien suscribe este artículo de opinión.
Nueve son los meses de gestación. Ese periodo desde la concepción hasta el nacimiento, en el que el cuerpo de una mujer muta para dar vida a un nuevo ser. Ojo, no quiero que queden dudas, no estoy gestando nada dentro mío. Pero me atrevo a pensar que en ese periodo de tiempo una se vuelve consciente que la vida conocida y familiar quedó atrás, poniendo foco en planificar la que está por comenzar. Hilvanar con hilos imaginarios las ideas de cómo será ese futuro incierto. Definitivamente es un periodo de mirar hacia dentro. Parar el ajetreo para estar en silencio, meditar por un buen tiempo. Eso fue lo que terminé haciendo.
Viví bajo una extrema libertad. Abandonada a una vida académica fascinante, al exilio escogido, al miedo y las tentaciones, al deseo y al dolor. Caminé por territorios europeos olvidados y otros donde los turistas apenas permitían el paso. Comí pan con tomate y abundante jamón serrano. Me enfermé terriblemente, y sobreviví a un invierno largo y deprimente. Lloré mucho menos pero extrañé mucho más, debatí sobre la situación política de mi país ese que me preocupa y del que estoy pendiente diariamente. Asistí a conferencias magistrales aquellas donde aprendí de cine, arte, filosofía y ciencias sociales. Me volví exploradora en las estaciones de metro, conectando líneas bajo tierra y cruzando miradas con extraños en cada estación. Hice nuevos amigos de diversas nacionales con quienes entre vinos y cervezas, nos entregamos a las terrazas para hablar sobre nuestros miedos, alimentando la incertidumbre del ¿después de esto qué? Y entonces sucedió lo inesperado, me volvieron las ganas de escribir.
Han pasado nueve meses, tiempo suficiente para gestar a la nueva persona que soy hoy. Así que aquí ando, domesticando mis dedos para no contar ni exponerme tanto, pero sí lo suficiente como para que se entretengan con las historias que recogí por mi paso en ciudades de España, Bélgica, Portugal, Austria, Hungría, República Checa, Estados Unidos y Paraguay. ¡Y los países que quedan! En estos sitios conocí cautivadores personajes, ellos siguen muy presentes en mi retina pues gracias a mis apuntes de cuaderno no los olvido, no deseo hacerlo. Estas historias que les narraré tienen de todo. Suspenso, comedia y terror. Delirantes situaciones dignas de una serie de ficción.
Nos leemos la siguiente semana, para contarles lo primero: Mi llegada a España, y lo que significó cruzar ese inmenso océano Atlántico con tres maletas dejando todo lo que conocía atrás.