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Gana Santi, Gana Efraín

Quiero relatarles brevemente la historia de un país latinoamericano en el cual un partido político se sostuvo en el poder por más de 30 años, encontró ventaja en la instalación de Gobiernos Autoritarios Burocráticos de tinte militar, con el soporte de una potencia del norte, eventualmente se encontró con la llanura; luego volvió al poder y la confrontación interna de sus candidatos se debatía entre un modelo de preparación técnica en el exterior con otro de influencia de poder desde la cuna.

El escenario de la guerra fría instalaba la necesidad por parte del imperio del norte de asegurar su influencia en países estratégicos por lo que fueron años donde el gobierno consolidó y fortaleció no solo su estructura partidaria, sino también su identidad, su fuerza y vigor.

Eventualmente cuando los vientos geopolíticos cambiaron y ante la desaparición de la URSS, se vieron con buenos ojos la instalación de modelos democráticos de gobierno.

Gracias a la estructura, fuerza, consolidación e identidad nacional del partido de poder, el cambio de un régimen militar autoritario burocrático a un modelo democrático, no desplazó de los espacios de poder al partido que se mantuvo hegemónico por unas décadas más.

Sin embargo, ocurrió lo que nadie creía posible: la hegemonía del poder que mantuvo ese partido político durante tanto tiempo, se rompió. Y no fue siquiera aquella transición entre dictadura y democracia la que logró desplazar al partido, sino el hartazgo de la gente.

Fue así que apareció en el escenario político una figura que condensaba la cultura, religiosidad y esperanza, esa figura superó las elecciones sin que nadie pudiera anticiparlo, incluso los más pesimistas miembros del partido de poder.

Llegó a la presidencia siendo querido por una amplia mayoría pero con el correr de su gobierno, fue perdiendo adhesión y finalmente hoy día es una figura política que no aglutina ni la mitad de la simpatía popular que alguna vez fue su mayor capital social.

Esto llevó a que figuras nuevas del partido que una vez gozó de hegemonía absoluta y que sufrió un duro golpe vuelva al poder, lo polarizaran. Esta polarización dividió el partido en dos figuras, uno con nexos familiares a la historia hegemónica del partido tradicional, tanto por su lado paterno, como su lado materno, y otro, economista, con vasta trayectoria profesional en el sector público, con posgrado en una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos de América.

Hubo mucha controversia, porque el sector duro del partido hegemónico consideró la candidatura del economista como una candidatura fruto de una decisión unilateral corporativa, de igual manera, fue aplastante la victoria del candidato dueño de la herencia de aquel linaje partidario.

El vencedor, en las elecciones generales, pugnaría con un candidato (opositor) que iba por segunda vez a los comicios presidenciales, con un discurso distinto al que había llevado a la anterior figura mesiánica al poder, y que había logrado derrocar al gobierno que por décadas firmó el destino del país.

El resultado: una ajustada victoria del candidato heredero del linaje tradicionalista, que hizo lujo de su imagen elegante, bien parecido, atractivo para el voto femenino, aunque aún así la sombra de una victoria comprada quedó instalada.

La asunción del mismo pasó desapercibida prácticamente por el destello de belleza y glamour de la primera dama, que robó las cámaras y fue portada por su buen gusto en el vestir, su belleza exuberante, casi semejante a una imagen digna de la realeza, pero no hubo belleza que pudo ocultar lo evidente.

El presidente atractivo, solo contaba con eso, su atractivo e impecable vestuario, ya que no era muy bueno en oratoria.

En una nueva interna partidaria se encontraban otra vez, un viejo conocido, quien ya había sido vencido por el presidente en el seno partidario: el profesional, el economista, que su insignia mayor era su estudio en Norteamérica.

Sin evaluar su contaminado entorno, esta vez la gente eligió al profesional en la interna por sobre a la estructura y la herencia.

La dirigencia se vio como alquilada, ya que esto supuso una victoria cantada para el partido de poder, eligieron a un candidato con el mismo discurso con el que había perdido una y otra vez, este candidato que por tercera vez se mostraba de la misma manera y que al parecer no aprendía la lección. Pero ganó.

Esta vez era distinto para el partido de poder, porque su candidato tenía solvencia para sostener un discurso fuerte, estructurado y elocuente.

Pasó lo que tenía que pasar, ese bufón de la política, que había recibido dos cachetazos en dos presidenciales, ganó las generales de manera aplastante.

Esta es una historia real, pasó en Latinoamérica, y muestra como un país con un vecino poderoso en el norte, con el apoyo de una estructura de décadas, dejó todo servido para que Andrés Manuel López Obrador, fuera electo como presidente de México en el 1 de diciembre del 2018.

El Partido Colorado, partido de poder, debe entender que la historia tiene antecedentes reales, y para no repetir la historia debe escuchar la voz de la experiencia.

La oposición espera con ansias que las internas coloradas las gane Santi, y dedica todos sus recursos a ello, pues, con este representante, tienen muy fácil el discurso anti mafias, anti crimen organizado, anti lavado de dinero, anti contrabando, etc., que son realidades que tal vez en unas internas no tengan mucho peso, pero si en unas elecciones generales.

A todo esto hay que sumarle la moda instalada en América Latina de dejarle gobernar a los otros, que se consolida con la victoria de Lula en Brasil.

La experiencia evidencia hoy que, si Santiago Peña gana las internas, Efraín Alegre gana las generales.

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