Por Santiago Iñaki Fernández Bogado
La religión y el poder están muy conectados desde lo que creemos saber fue el inicio de nuestra civilización. Los imperios pasados luchaban contra aquellos que expandían la idea de “dar a Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre” y existen otras escrituras entre las sagradas palabras de la Biblia que dice:
“Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino la de Dios, y las que existen,
por Dios son constituidas”. Las fronteras entre la fé y la política también han emponzoñado las relaciones humanas hasta nuestros días miren solo lo que acontece con el grupo fundamentista de Isis que quiere establecer un califato global en nombre de Alá.
El festejo del nuevo presidente del país-continente los EE.UU, Joe Biden y su adherencia a la fe católica que es minoritaria en su país, se fortalece en una fe construida sobre las tragedias. La pérdida de su hija y esposa en un accidente automovilístico y a su hijo por el cáncer convirtió al rosario en un compañero al punto lo lleva cómo pulsera a donde vaya y según los que estuvieron cerca de él esa noche de celebración en Delaware echó mano a sus cuentas para orar un instante.
Aunque la primera enmienda de los EEUU diga que uno es libre de elegir la religión que quiera y practicarla cómo quiera, este nuevo presidente católico, es el segundo después de Kennedy (de origen irlandés) que llega a la Casa Blanca, tiene grandes retos por delante.
Una parte de la campaña electoral americana se centró en torno a cómo viven cada uno de los aspirantes su relación con Dios que en un país de las características de EEUU resultan muy relevantes a la hora de decidir votar por uno u otro. Pero lo que importa no es aquello que se expresa de palabras sino aquello que se vive en las acciones. Gran desafío para Biden para mostrar la coherencia de una fé construida desde el dolor en un país fragmentado por la mentira y el insulto de Trump. Veremos en el tiempo si el creer sin ver ( la fe) se hace búsqueda del bien común (la polìtica) y no pasa de ser solo
un fetiche electoral.