Recientemente realizó su primera gira en nuestro país el cantante Elián Valenzuela, mejor conocido como L-Gante. A pesar de su corta edad de 21 años, ya tiene unos 7 años de carrera musical, de los cuales al menos 3 han sido de trascendencia internacional. El anuncio de su venida hace unos cuatro meses generó movimientos telúricos y expectativas en las redes sociales. Hasta que la fecha llegó y se realizaron varios conciertos en distintos puntos del país. No deja de ser relevante que es el primer artista internacional que vende tickets en nuestro país en esta supuesta y engañosa post pandemia.
Elián es un muchacho muy atento, cálido y agradecido, se preocupó por saber en qué iban a hospedarse lo que los acompañaban, como se iban a movilizar y qué iban a comer, un rol de cercanía y responsabilidad. Se quitó miles de fotos con fans, grabó cientos de videos de saludos, le puso buena onda en todo momento, se conectó con la audiencia y hasta soportó avivadas de dueños de locales nocturnos y que un grupo de energúmenos le arrojen una lata de cerveza mientras cantaba.
Por iniciativa propia, quiso ir a visitar la Chacarita, por ser similar a su barrio y para cantarle a aquellos que no podían pagar una entrada, mucha empatía para una persona de 21 años que vino con el objetivo de ganar dinero. Nos puede gustar o no su música o alguna otra cosa, pero al leer los mensajes en redes sociales y medios televisivos. Muy pocos mensajes eran sobre su música o sus tatuajes, sino que eran simplemente despectivos por el hecho de ser quien es, como si por el simple hecho de salir de un barrio humilde, tener fama y ganar dinero fuera inaceptable. Los mensajes viscerales de desprecio abundaban, como si fuera que el pobre muchacho fuera un asesino o un criminal. Hasta criticaban su manera de hablar ante la prensa, como si fuera que cualquier joven de 21 años puede hablar con la elocuencia de un Doctor en Filosofía. Le exigimos más y con más ira a un joven de origen humilde que canta cumbia que a nuestros los políticos, una de las razones por la que somos un rezago de país.
El desprecio a la movilidad social es uno de los factores que más dividen. Tanto un cantante de cumbia como un ingeniero tienen derecho a salir adelante y en ambos casos es motivo de celebrar, no de ser falsos moralistas y destruir un fenómeno construido por nosotros mismos.