Hace muchos años, recibí un consejo inesperado de una persona muy allegada: en Paraguay hay que ser vivo. Traté de entender la recomendación como una alerta para manejarse con los ojos bien abiertos, evitando mentirosos o esquivando alguna situación vulnerable, pero no; su explicación me dejó sorprendido. En Paraguay tenés que ser vivo y sacar ventaja, me respondió.
En ejemplos cotidianos se explayó en su consejo: ante la oportunidad de adelantarse en una fila, se debe tomar ventaja; cuando un conocido de años accede a un cargo importante, se debe sacar provecho; cuando nos crucemos con una barrera policial, se debe preparar algún dinero extra para colaborar; y si existe la posibilidad de recibir dinero por alguna situación irregular que esté en nuestras manos, hay que «recibir nomás” porque todo el mundo lo hace. Me quedé escuchando atento entre la sorpresa y la decepción. Se notaba claramente que hablaba con alguien que se maneja de esa manera: siendo más vivo que el resto, o al menos eso creía en su mundo.
El caso pasó a ser una anécdota pero la forma de actuación es un modelo que se repite y se multiplica para muchas personas. Las excusas sobran para su pequeña o gran dosis de corrupción.
Que sea un problema de años no justifica que lo sigamos repitiendo y que existan políticos que vivan de eso no debe representar un modelo de vida por el camino fácil.
El ciudadano común que vive, practica y enseña la corrupción es amigo de planilleros, defensor de las coimas y cómplice de los avivados, sin saber que no hace sino alimentar el gran monstruo que arrastra a nuestro país desde hace décadas. Volviendo a la recomendación que recibí, el tiempo me demostró que vivir del sonso como forma de progreso es una condena a no salir adelante y a volver a repetir la historia, como ocurrió en este caso.