Comentario 3×3
Por Benjamín Fernández Bogado
Indudablemente que una de las cuestiones centrales cuando se trata de temas globales es cuánto nos atañen cuestiones que saltan en otros países y que finalmente tienen su impacto, sin reconocer en su momento sobre nosotros. Aquella vieja expresión de que el aleteo de una mariposa en Malasia puede producir un terremoto en Brasil viene de aquel famoso inicio de la crisis del efecto tequila en México y del efecto caipirinha por un desastre financiero acontecido muy lejos de sus territorios.
Hoy vemos eso en el debate presidencial entre Biden y Trump, que tuvo lugar este martes y que dejó la sensación en realidad de que no hay espacio para las ideas, sino para un modelo de liderazgo que refleja mucho la decadencia norteamericana. Donald Trump, el presidente que quiere ser reelecto, no dejó espacio para la reflexión, para la meditación, simplemente se convirtió en alguien como que saliendo a la calle buscaba enfrentarse a trompicones con el primero que se le cruzaba, 3ra como el camarero del barrio que no permitía que se argumentarán las cuestiones que le preocupara, como reconociendo que en ese territorio él iba a perder, me refiero a Trump, lo que dejó una pobreza argumental tremendamente gravosa para el futuro de la democracia norteamericana, y por qué no, para muchos otros países que se ven reflejados en las conductas de los líderes políticos de esa nación.
Van a decir si Trump se porta así, por qué yo no lo voy a hacer. En cualquier momento del debate pareciera que podía terminar Trump golpeando el atril y cargando sobre el hombre de 77 años. En definitiva, el debate sin argumentos, sin consistencia, sin fondo y también con una circunstancia que nos refleja la terrible decadencia de la política en varios países del mundo, y conste que Trump ganó a caballo de justamente eso, no habiendo sido parte del Partido Republicano, nunca terminó comprando su candidatura y ganando por sobre los partidos tradicionales. La gran pregunta es si el castigador del sistema no se convierte en el mismo castigador que se aborrece
