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El fanfarrón y la vanidad

Tiempos de elecciones me recuerdan a la fábula de Esopo, llamada “el fanfarrón”. Un atleta partió de un pueblo para competir en las olimpiadas en una ciudad lejana. Cuando este hombre regresó, comenzó a contar a todos sus grandes hazañas:

–¡Tendrían que haberme visto! Di un salto tan grande que todos me ovacionaron. Un salto que jamás ningún otro atleta había logrado. Las gradas se pusieron en pie y comenzaron a gritar mi nombre. – Oye amigo – dijo de pronto uno de los oyentes- Nosotros no necesitamos testigos. Esto es Rodas. Da ese salto aquí y te creeremos.

No dejan de inundar las redes y los medios, palabras como cambio, nueva manera de hacer política, innovación, eliminar tal o cual cosa, fortalecer tal cosa, incluso hablan de cambio personas que ya tienen una larga carrera dentro de la política, que han tenido varias oportunidades “de saltar” como el atleta de la fábula y no lo han hecho, o bien, personas que se animan por primera vez a hacer política, pero sin presentar más que ataques a la configuración política actual como propuesta electoral. El personaje de la fábula de Esopo puede representar a ambos, al que ha tenido la oportunidad y no ha hecho nada relevante, como al que simplemente por el hecho de creer que puede saltar mejor que los otros, ya es merecedor de una oportunidad.

Debemos celebrar las pequeñas victorias de los procesos democráticos, como la apertura de listas y la posibilidad de votar a nuestros concejales. Seguramente estas primeras elecciones en este formato no cumplan con las expectativas y las autoridades electas no varíen mucho con la configuración actual, pero nos toca ir perfeccionando el ejercicio democrático con atletas que realmente salten y no que digan que saben saltar, donde los ciudadanos tenemos el deber de informarnos y participar, que es el real objetivo de la democracia, no solamente el acto de ir a votar.

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