¿Oyeron hablar de los “créditos de carbono”?
Es el penúltimo espejito que nos tiran desde Europa, en donde acabaron con sus montes naturales hace siglos. Ahora los cultivan y cosechan como trigo o maíz. Para crecer y desarrollarse, una planta necesita anhídrido carbónico (CO2) que toma del aire. Los técnicos lo llaman captura de carbono. En el Norte hiperdesarrollado, producen tanto CO2 que no les alcanza con sus bosques para neutralizarlo. Este norte voraz se traga el 61% de la energía eléctrica que consume el planeta. El 66% de esa energía se produce quemando combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas). No es extraño, entonces, que el 55% del CO2 que recibe la atmósfera provenga de EE.UU., China, Rusia, India, Japón y la Unión Europea. Así, no hay monte que aguante en el hiperdesarrollado norte. Entonces, los ambientalistas empezaron a mirar hacia abajo, hacia el sur subdesarrollado. Y a través de obedientes y sumisas oenegés (sumisión que se paga en dólares), nos comunican que los montes naturales deben ser mantenidos intactos para que capturen el CO2 que ellos siguen produciendo en abundancia. Por ese servicio nos pagarán en metálico según los créditos de carbono que logremos juntar. ¿Se entiende? Joan Manuel Serrat lo describe muy bien: “Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar van a cagar a casa de otra gente…”. Es decir, los hiperdesarrollados quieren seguir cagando pero que nosotros les juntemos su mierda… si es que el anhídrido carbónico, el combustible de la vida, puede ser calificado de esa forma.
En el Paraguay, por lo menos, no necesitamos este jueguito escatológico. Tenemos autoridad moral más que suficiente para mostrarles el dedo del medio y sugerirles que vayan con su negocio negro a otra parte. Paraguay está en Latinoamérica, región que usa el 0,4% de la energía eléctrica que se produce en el mundo. En este abanico, el consumo paraguayo es el 0,007% de ese ínfimo total. Pesamos tan poco en todas estas tablas que apenas somos responsables del 0,02% del CO2 que se descarga a la atmósfera. Y la comparativamente poca energía que consumimos, la producimos sin quemar un gramo de petróleo o carbón.
Pero estas razones de hierro no detienen a los conversos del ambientalismo extremo. Ellos quieren patear todo, cerrar con candado campiñas y bosques paraguayos, por ejemplo, y no permitir su desarrollo agropecuario. Lo quieren todo congelado, subdesarrollado y, si fuera posible, lo menos poblado posible, para que sea el depósito de la mierda del norte, es decir, que siga “capturando” el carbono que allá producen cada vez en mayor cantidad.
Hay conversos locales que hacen cursos y seminarios internacionales para difundir estas cosas. Cantan y bailan con la letra que otros les pasan. Felizmente, aquí vamos cobrando conciencia de lo que somos como país y adonde queremos llegar. Y la próxima generación estará mejor preparada que la presente para enfrentar a estos agitadores del ambientalismo rentado y escatológico.