Por Cristian Nielsen
Abrió paso, en medio de una polémica, a la Basílica dedicada a la Virgen de Caacupé.
La memoria fotográfica es implacable. Documenta todo lo que debió caer bajo la piqueta para dar lugar a lo que hoy se conoce como Basílica de Caacupé.
Es curiosa la cantidad de nombres que ostenta este punto de devoción católica. Para el común de la gente, simplemente Basílica. Pero para quienes deben citarla con exactitud, la cosa se complica.
Por ejemplo, se la conoce como Basílica Menor de Nuestra Señora de los Milagros.
Otros prefieren Santuario de la Virgen de Caacupé.
En cambio, la nomenclatura que prefieren los italianos es Cattedrale di Nostra Signora dei Miracoli, Caacupé. Sin embargo, la nominación de catedral no es común, ya que los católicos que peregrinan regularmente cada año prefieren llamarla basílica o, simplemente, santuario.
HUMILDES ORIGENES
El oratorio, luego templo y finalmente basílica comenzó su historia en el sitio mismo en donde el indio José -a quien se atribuye la primera talla de la virgen milagrosa- fuera sepultado, dando origen a la historia de esta advocación. “El oratorio se empezó a construir el 4 de abril de 1770, en el mismo lugar ocupado actualmente por la basílica. Fue elevado a la categoría de Capilla por pedido de Andrés Salinas, clérigo presbítero y teniente cura del Partido de la Cordillera, debido al “desamparo y grande desconsuelo espiritual en que se halla la feligresía del Valle de Caacupé e Itá Ybú, por la distancia en que se hallan las parroquias para el cumplimiento del precepto de la misa y demás espirituales socorros” (Marandú Digital).
Saqueado por los aliados en la guerra de la Triple Alianza, el templo fue reconstruido y para 1932, año en que empezó la guerra del Chaco, Caacupé era ya un potente centro de convocatoria católica que ayudaba a madres, esposas e hijas en la angustiosa espera de sus seres queridos que peleaban en el frente chaqueño.
A partir de allí, las peregrinaciones fueron cada año más pobladas y fervorosas.
POR QUÉ BASILICA
La basílica es una construcción de origen romano, de aspecto sólido, consistente en un gran espacio alargado al que se accedía por un pórtico situado en el lateral o en uno de los extremos. Al frente poseía un atrio rodeado de columnas, desde donde se pasaba a un vestíbulo que dominaba todo el ancho de la estructura. El interior estaba flanqueado por dos naves laterales separadas mediante filas de columnas.
La basílica ocupaba un sitio preferencial en el foro romano. Su espacio podía ser utilizado tanto para impartir justicia como para realizar transacciones comerciales, reuniones públicas e inclusive, para oficios religiosos.
Los maestros constructores de la alta y baja edad media eligieron este último uso para levantar los templos de advocación cristiana partiendo del diseño original de la basílica romana.
LA BASILICA SOÑADA
El diseño original de la basílica de Caacupé se remonta a finales de los años ‘30, cuando la Iglesia Paraguaya empezó a pensar en un gran santuario para la Virgen de los Milagros. En 1945, los obispos Juan Sinforiano Bogarín y Anibal Mena Porta encargaron la obra al arquitecto Miguel Angel Alfaro. La idea era replicar el estilo de las catedrales del renacimiento europeo.
Alfaro, asunceno de pura cepa, estudió ingeniería civil en Roma pero fue en Nápoles en donde abrazó la arquitectura, su verdadera vocación. Así, el edificio por él imaginado tenía proporciones monumentales. Una nave central, dos laterales, una portentosa cúpula dominando el panorama y dos elevadas torres al frente, custodiando el acceso principal.
Pero poco de ese proyecto pudo realizarse. Fue el obispo Ismael Rolón quien bajó a tierra el proyecto modificándolo drásticamente, tal vez para acomodarlo a las modestas disponibilidades económicas de aquellos tiempos.
El resultado es una estructura amorfa que el nieto del arquitecto Alfaro comparara con una mezquita árabe, sin las naves laterales y con su cúpula recortada en sus ambiciones renacentistas.
LA POLEMICA
Muchas iglesias de la cristiandad se construyeron sobre vestigios de templos precedentes. La catedral de Siracusa, Sicilia, absorbió en sus entrañas un templo griego dedicado a Apolo. En su interior se conservaron las columnas dóricas y en el exterior, el formato clásico de los edificios de la Magna Grecia, eso sí, presidido por una fachada barroca netamente renacentista. Cuando Córdoba, uno de los epicentros de la cultura musulmana en España, fue reconquistada, los reyes católicos ordenaron dejar intacta su exquisita Mezquita aunque en su interior se le insertó una catedral gótica, completando su ornamento exterior con un campanario de orden neoclásico.
Este no es el caso de la Basílica de Caacupé, cuya construcción firmó el acta de defunción del antiguo templo, cuyos orígenes y transcurso a lo largo de los años lo fueron llenando de significados. El vasto proyecto Alfaro no incluía preservar la iglesia de los orígenes de la advocación. Su avance fue implacable y a medida que las monumentales paredes y cúpulas se aproximaban al viejo templo, una sensación de entrega irremediable embargó a muchos paraguayos que a lo largo de los años habían encontrado consuelo y reconciliación en sus humildes paredes, acogedoras y hospitalarias.
Así fue cayendo lentamente el templo cuya inauguración coincidió, hace 249 años, con la fecha de fundación de Caacupé refrendada por el gobernador Carlos Morphi.
Toda una historia quedó sepultada bajo las formaciones bulbosas del nuevo edificio.
SOMBRAS NADA MAS
Los creyentes han adoptado la basílica en su nuevo formato sin hacer preguntas, trasladándole automáticamente el poder de convocatoria de que gozaba la vieja iglesia. Ese trasplante no fue gratuito y tal vez por eso mucha gente necesite completar la peregrinación acudiendo al Tupasy Ycuá, en donde además de escanciar el agua del manantial de virtudes milagrosas, el viajero puede llenarse la vista con una suerte de reproducción a escala del antiguo templo, totalmente pintada de azul, el color preferido de la Virgen, según tradición.
Tal vez en lo material haya solo grandes formas y también pequeñas sombras.
Pero la fe del peregrino sigue tan fresca como siempre.